El 4-D desmontado

4-D | 40 años de una fecha histórica

Las manifestaciones andalucistas de 1977 sorprendieron por la potencia de un sentimiento identitario que no había sido mayoritario hasta entonces

Miles de personas recorren el centro de Sevilla en la manifestación andalucista del 4 de diciembre de 1977.
Miles de personas recorren el centro de Sevilla en la manifestación andalucista del 4 de diciembre de 1977. / Ruesga Bono
Juan M. Marqués Perales

03 de diciembre 2017 - 02:34

Fue el eslogan más coreado en la España de la Transición, un programa de tres puntos que resumía de modo íntegro todo el anhelo democrático: libertad, amnistía y estatuto de autonomía. El nacionalismo andaluz convertido en andalucismo ha sido, y es, un sentimiento identitario transversal, que también tiene algo de diván: el reflejo de Cataluña se palpa en su historia; Barcelona, la novena provincia andaluza, no ser menos que las primeras. En el surgimiento de este sentimiento andaluz, que se manifestó con una potencia inesperada en las manifestaciones de ese 4 de diciembre de 1977, también tuvo mucho que ver la experiencia política de los emigrantes del sur que se habían instalado en Cataluña, así como en la redacción del Estatuto de 2007 también influyó el nuevo texto que, casi a la vez, se escribía en el Parlament. Algunos artículos son una copia literal. Los primeros representantes que el viejo Partido Socialista de Andalucía (PSA, después PA), el de Alejandro Rojas-Marcos, tuvo en un parlamento autonómico no estuvieron en el andaluz, sino en el catalán, en las elecciones autonómicas de 1980. Dos escaños. El eslogan de la libertad (política), amnistía (para los presos políticos) y estatuto de autonomía fue, de hecho, el programa de reivindicaciones que firmó la llamada Asamblea de Cataluña cuando se reunió por vez primera en Barcelona el 9 de noviembre de 1971, en las postrimerías del franquismo. Ese lema de una organización aún clandestina prendió después en toda España, pero en especial en el País Vasco y Galicia. Y Andalucía, de un modo imprevisto, se sumó a ello con una historia que arrancó ese 4 de diciembre de 1977.

Con los partidos ya legalizados desde meses antes de las elecciones generales de junio, la llamada asamblea de parlamentarios andaluces se constituyó en octubre de 1977 con la idea de solicitar para la comunidad un proceso autonómico. Y, como primera medida, se convocaron manifestaciones en todas las capitales para el 4 de diciembre. En esos momentos, el esquema de partidos aún no había fraguado. El gran partido del centro y derecha era la UCD y el PCE trataba de reconquistar el espacio que tuvo durante el franquismo y que el PSOE le ganó en esas primeras elecciones de junio de 1977. Pero hubo otro factor, de especial importancia para entender el fenómeno autonómico andaluz: el PSA. El partido de Rojas-Marcos era una formación, claramente nacionalista, entonces de izquierdas que amenazaba un flanco importante del PSOE. El hecho de que los líderes del PSOE fuesen andaluces aumentaba una rivalidad que tuvo también mucho de personal. El partido de González y Guerra vio claro desde el principio que el andalucismo no podía ser una bandera única del PSA, papel que ejerció de modo muy eficaz Rafael Escuredo, con posiciones mucho más nacionalistas que su organización. Dicho de otro modo, el mayor éxito del PSA fue arrastrar a todos los partidos al andalucismo, generalizar este sentimiento en una población que no había participado en corrientes nacionalistas hasta entonces. La aventura política de Blas Infante, que escribió El ideal andaluz a principios del siglo XX, fue muy minoritaria por no decir inadvertida.

Manuel del Valle, Miguel Ángel Pino, José Rodríguez de la Borbolla, Rafael Escuredo y Manuel Fonbuena, en la segunda gran manifestación autonomista celebrada el 2 de diciembre de 1979 en Sevilla.
Manuel del Valle, Miguel Ángel Pino, José Rodríguez de la Borbolla, Rafael Escuredo y Manuel Fonbuena, en la segunda gran manifestación autonomista celebrada el 2 de diciembre de 1979 en Sevilla.

El 4 de diciembre, en efecto, las calles de las capitales andaluzas se llenaron de manifestantes pidiendo la autonomía. Fue ese día cuando muchos conocieron el color de la bandera, el himno y toda la simbología que acompaña a cualquier nacionalismo como marcas identitarias. Pero al grito de libertad, amnistía y estatuto de autonomía, hubo otro esencialmente andaluz, que era "pan, trabajo y libertad", mucho más revelador del anhelo de entonces. Porque autonomía significaba en Andalucía exactamente eso: libertad y progreso autonómico para uno de las regiones más pobres de España. De un modo lo que se compartía era que la descentralización permitiría a Andalucía salirse del papel que la economía franquista le había adjudicado. No era exactamente eso, el empobrecimiento relativo del sur comenzó en el siglo XIX, y eso a pesar de que los mismos aranceles que protegieron a la industria textil y siderúrgica vasca también se idearon para la producción de cereal, pero la acumulación de capital que produjo ni se quedó en Andalucía ni generó un fenómeno de industrialización como motor de cambio social.

Al año del 4-D de 1977, Plácido Fernández Viagas, primer presidente del embrión de la Junta, convocó a los partidos en Antequera para firmar el pacto homónimo por el que se solicitaba de un modo formal la redacción de un autonomía para la región, similar al que estuvo a punto de aprobarse en la Segunda República de no irrumpir el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Participaron todos los partidos, incluido la UCD y la Alianza Popular de entonces, aunque estas dos formaciones se descolgarían posteriormente cuando Andalucía solicitó la autonomía por la vía íntegra, tal como Cataluña, el País Vasco y Galicia. Ése fue otro proceso, el que desembocaría en el referéndum del 28 de febrero de 1980, y en el que el PSOE arrancaría de modo definitivo al PSA la bandera del autonomismo. Fue meses después. Como consecuencia de la participación masiva en ese referéndum que, sin embargo, se perdió en dos provincias, Adolfo Suárez se avino a negociar, pero lo intentó primero con Rojas-Marcos, quien aceptó una autonomía propuesta por la UCD que tampoco era completa. Ni el PSOE ni el PCE lo aceptaron, y finalmente Suárez, ya muy tocado, tuvo que aceptar el autogobierno pleno y Rojas-Marcos perdió esa posición desde la que podía haber rivalizado con los socialistas en la Junta.

Entre otros asuntos, ésta ha sido la razón por la que el PSOE, instalado en el poder andaluz desde las autonómicas de 1982, primó siempre la celebración del 28-F, fecha oficial del Día de Andalucía, sobre la del 4-D, preferida por otros partidos de izquierda. No ha sido hasta ahora, cuando se cumplen los 40 años de diciembre de 1977, cuando el PSOE ha abrazado esta otra fecha, no olvidada ni rechazada, pero sí colocada en un segundo lugar.

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