La misteriosa desaparición del navío San Telmo

Tribuna libre

Una tormenta cerca del Cabo de Hornos lo borró del mapa Partió de Cádiz hacia Perú para apoyar a las tropas virreinales contra los insurgentes

La misteriosa desaparición del navío San Telmo
La misteriosa desaparición del navío San Telmo
José María García León. Historiador

04 de abril 2013 - 01:00

El 11 de mayo de 1819 zarpó de Cádiz, rumbo al puerto de El Callao (Perú), una escuadra cuya misión era la de servir de apoyo a las tropas virreinales, aportándoles también dinero y determinados pertrechos.

Compuesta de cuatro barcos, dos navíos, el San Telmo y el Alejandro I, y dos fragatas, la Primorosa Mariana y la Prueba, suponían un total 1.400 hombres al mando del brigadier Rosendo Porlier, un veterano criollo peruano que había servido a las órdenes de Gravina en la batalla de Trafalgar y que iba en el San Telmo como buque insignia. Construído en los astilleros de El Ferrol en 1789, contaba con 59 metros de eslora, 14 y medio de manga y quince de puntal, dotado con 644 marineros y armado con 74 cañones.

A la altura de ese año, el proceso emancipador de las colonias españolas en América se encontraba en uno de sus puntos más álgidos. Cuatro años antes, la expedición del general Pablo Morillo había conseguido importantes victorias militares frente a los insurrectos, sobre todo en la zona norte (Colombia y Venezuela). Sin embargo, en el cono sur americano, Virreinato del Plata, el foco independentista, por día que pasaba, presentaba mayores problemas para España. Argentina, prácticamente de facto, desde 1812 había cortado sus lazos con la Metrópoli a pesar de la presencia de sus cinco diputados en las Cortes de Cádiz. Lo mismo ocurría con Chile, que, aunque representada por dos diputados, había precipitado su proceso de independencia, incluso, un año antes. Además, los deseos emancipadores de las minorías criollas de aquellos países se veían favorecidos, más o menos soterradamente, por los intereses ingleses, a pesar de que en el Times del 15 de abril de aquel año se podía leer que el gobierno de S. M. Británica castigaría muy severamente a todos aquellos que "ayudaran con provisiones de guerra o municiones a los insurgentes de la América del Sur".

La travesía transcurrió con normalidad hasta llegar a la línea ecuatorial. Fue entonces cuando el navío Alejandro I, a causa de su mal calafateado, comenzó alarmantemente a hacer agua sin que las bombas de achique a duras penas pudieran reparar la avería, por lo que inmediatamente recibió órdenes de regresar a Cádiz. Este barco fue uno de los cinco navíos y tres fragatas que se compraron a Rusia en 1817 con el dinero que Inglaterra pagó a España por la supresión del tráfico de esclavos africanos. Sin embargo, la operación resultó un sonado fiasco debido al pésimo estado en que se encontraban estas embarcaciones, hasta el punto de que el zar, a modo de compensación, se sintió obligado a regalar otras tres fragatas más a España.

Tras recalar en Río de Janeiro y en Montevideo, cerca ya del Cabo de Hornos se dejaron sentir los temibles temporales, tan habituales por aquella latitudes, lo que provocó que el San Telmo, atrapado en el epicentro de una de esas fuertes tormentas, sufriera una grave avería en el timón, quedando la nave ya ingobernable y a merced de las olas. Para colmo de males, también quedó seriamente dañada la verga mayor.

De la documentación que se conserva en el Archivo de la Armada, Alvaro de Bazán, situado en el Viso del Marqués, poco o nada pudieron hacer las otras dos fragatas por socorrer al San Telmo. Todo resultó inútil, pues, según el testimonio de los mandos de La Primorosa refiriéndose a las averías, no se pudo "remediar la primera y de más consideración, por la dureza que experimentó en aquella altura".

En consecuencia, ambas fragatas siguieron su rumbo, arribando La Primorosa al puerto del Callao el 9 de octubre, mientras que La Prueba, que siguió hasta Guayaquil, hubo de recalar unos días en el puerto de Paita, en el extremo noroeste del Perú, habida cuenta de que también había sufrido considerables averías en aquella tormenta y gran parte de su tripulación se encontraba bastante mermada, bien por las enfermedades o por desnutrición.

A partir de ahí se perdió para siempre toda noticia sobre el San Telmo y nunca más se supo de sus tripulantes.

¿Qué fue, pues, de aquellos 644 hombres?

Lo más probable es que los supervivientes de la tormenta escaparan en algunas de las naves auxiliares que llevaban a bordo (una lancha y dos botes), y perecieran poco después, como mucho, tras cuatro o cinco días agónicos en los que el hambre, el frío y la desesperación harían el resto. Con todo, a finales de 1819 el navegante inglés William Smith, un aventurero cazador de focas, al norte de la isla de Livingston (Shetland del Sur), dio con los restos de un navío español que creyó corresponder con el San Telmo, aunque no encontró ninguna referencia humana. Algo parecido ocurriría tres años más tarde, cuando el capitán Weddell en la bahía de Fildes de la isla del Rey Jorge (Antártida), descubrió otros restos que bien pudieran ser del navío en cuestión, esta vez con la novedad de un zapato aparecido de la misma época en que ocurrió la tragedia.

El 2 de febrero de 1954 se publicó en el periódico La Vanguardia (entonces Española) un artículo de Pío Baroja titulado 'El final del navío San Telmo', aunque ya aparece en sus Obras Completas con fecha de 4 de enero de 1934. En él se hacía eco de un relato fantástico, 'Viaje a la Eternidad', del escritor Antonio de San Martín, autor de novelas folletinescas del siglo XIX, que el gran narrador vasco, siguiendo la tradición de algunas de sus obras ambientadas en aspectos marítimos, supo elaborar con su habitual maestría.

Según San Martín, cuenta Baroja que dos años después de la desaparición del San Telmo, un buque italiano, El Volturno, en aguas del cabo de Hornos divisó una gran masa negra que resultó ser el siniestrado navío español, cuya proa estaba empotrada en un banco de hielo. En la popa podía verse el escudo de España y su nombre: San Telmo. El capitán y cuatro marineros subieron a bordo y solo encontraron en uno de los castillos del barco a un marinero muerto, acurrucado y envuelto en su capote. Seguidamente bajaron a la cámara donde encontraron el cuerpo muerto, rígido como una figura de cera, del comandante Porlier y junto a él, su perro momificado por el frío. Contaba San Martín que se había negado a abandonar la nave mientras que el resto de su tripulación, a bordo de las lanchas, desapareció y nunca más de supo de ella.

El 6 de mayo de 1822 España reconocía oficialmente la pérdida del San Telmo, a la par que daba por hecho la imposibilidad de encontrar ninguna pista sobre sus restos, tanto humanos como materiales. El Boletín Oficial del Reino no podía ser más elocuente y a la vez más escueto: "En consideración al mucho tiempo transcurrido desde la salida del navío San Telmo del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1819, en demanda del Oceáno Pacífico y dadas las pocas esperanzas que se conservan de que se haya salvado el buque, Su Majestad el Rey ha resuelto, a propuesta del Capitán General de las Armada, que sea dado de baja el referido navío y los hombres que en él viajaban".

En Cádiz por un tiempo se habló en el imaginario popular del barco negro (por el color de su casco) y de fantásticas apariciones. En la prensa local tan solo encontramos una sola alusión a aquella escuadra naval. El Diario Mercantil, siete días después de salir el San Telmo para su fatal travesía, publicó una oda alusiva titulada 'A la expedición de Ultramar'.

No ha mucho, tanto la Armada chilena como la española han puesto en marcha algunos proyectos de búsqueda de los restos del navío y de sus hombres (los primeros en llegar a la Antártida) en torno al cabo Shireff. Algo difícil de conseguir, dada la cantidad de restos de barcos por allí hundidos.

Tratándose de un continente tan apasionante como la Antártida, del que hemos leído tantos relatos emocionantes y visto espléndidos documentales, donde se ensalzan las glorias de buen número de exploradores, alguno de ellos tan mitificados como Amudsen, Shackleton o Filchner, resulta verdaderamente chocante e imperdonable el olvido de la épica tragedia del San Telmo.

De haber sido un barco norteamericano, con toda seguridad, más de una buena novela y de una genial película ya se habrían realizado.

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