La huida silenciosa

Historia reciente Se cumplen cincuenta y cinco años de la partida del buque 'Nyassa' hacia Palestina

Durante la II Guerra Mundial, el puerto de Cádiz se convirtió en una vía de escape para numerosos refugiados judíos · Apenas queda recuerdo de su paso por la capital gaditana

Aspecto del Hotel Playa, donde pudieron alojarse los refugiados judíos, durante los años cuarenta.
Aspecto del Hotel Playa, donde pudieron alojarse los refugiados judíos, durante los años cuarenta.
Pilar Vera / Cádiz

30 de agosto 2009 - 01:00

Hay elementos que no caben en los cálculos, que rompen todas las cuentas. Tres años, dos semanas, mil kilómetros, dos mil kilómetros. Otro nombre, otra lengua, otra tierra, otra vida.

Josef Palombo, sefardí de Turquía, llegó a Barcelona a principios de siglo. Comenzó a trabajar como comerciante, aprendió castellano y catalán y cambió su apellido a Palomo, que resultaba más común. Su hijo, Mauricio Palomo, hizo con trece años el viaje de vuelta: de Barcelona a Cádiz, de Cádiz a Palestina. Allí aprendió hebreo, y francés, y se ganó la vida como traductor y periodista. Terminó cambiando, como antes había hecho el padre, el apellido familiar a la forma hebrea de "paloma" (yanai) porque resultaba menos extraño en aquellas tierras.

El niño que fue Mauricio Palomo recorrió, en un tren especial y en compañía de otros refugiados de toda Europa, los mil kilómetros que separan Barcelona de Cádiz. Aquí esperó la llegada de los 'apátridas' procedentes de campos de concentración franquistas. Entre ellos, su padre y su tío materno.

Eran, según el testimonio del anciano que ahora es Moshé Yanai, un grupo de cientos de personas. Quinientas cincuenta según la breve nota publicada, en enero de 1944, en Diario de Cádiz. Los historiadores Haim Avni y Bernd Rother dan cifras parecidas: en torno a 560 judíos. Según la propia referencia del Diario, la "expedición de israelitas" que aguardaba embarcar en el buque portugués Nyassa se alojó en el entonces Hotel Playa, que fue "especialmente acondicionado al efecto".

Y no hay rastro.

Ni recuerdos.

"Posiblemente -comenta, desde Israel, Moshé Yanai- , las autoridades franquistas no estaban interesadas en divulgar la asistencia que prestaron a judíos, en éste y otros muchos casos, del mismo modo que no he podido encontrar antecedentes sobre la detención de mi padre".

"Pero sí, quien le escribe se embarcó a finales de enero en el barco de bandera portuguesa Nyassa -subraya Yanai-. Y lo hizo en Cádiz".

Apenas hay rastro.

Las referencias que pueden encontrarse tanto en los comunicados de la agencia Efe como en La Vanguardia omiten que el Nyassa hiciera escala en ningún puerto español. Otras noticias copaban las portadas. El Caudillo celebraba el quinto aniversario de la "liberación" de Cataluña. Winston Churchill era informado por su esposa del triunfo del equipo de fútbol inglés en la liga británica. La batalla de invierno, en el frente del Este, se aproximaba a su punto culminante.

El padre de Moshé Yanai y su tío, Alberto Adjiman, fueron detenidos en diciembre de 1940 y retenidos, desde entonces, en distintas cárceles y campos de concentración (Miranda del Ebro, Nanclares de la Oca) hasta las vísperas de su partida a Palestina. Cuando llegaron a Cádiz, hacía tres años que la familia no se reunía al completo, más allá de un par de visitas puntuales a los centros de internamiento.

"Me veo en compañía de mamá y papá, paseando por las calles de Cádiz. Y mi padre muy admirado de lo hermosa que le parecía su ciudad. Es verdad, así fue -comenta Yanai-. Seguramente estábamos lejos del centro y, si mal no recuerdo, solamente en una ocasión paseamos otra vez como una familia normal, los tres juntos".

"Por este hecho tan anhelado, tal vez haya relegado a segundo plano mis impresiones de la ciudad, y otros detalles que no llego a recordar", se disculpa Yanai.

Sí recuerda, sin embargo, que al llegar a la capital gaditana "el jefe de la Policía Local permitió que los presos que venían de los campos se unieran a sus familias, a condición de presentarse dos veces por día en la Comisaría".

España podía declararse tibiamente neutral pero lo cierto es que por las aguas de la Bahía gaditana habían paseado los submarinos alemanes y, unos kilómetros más allá, Gibraltar estaba en guerra. Por si faltaba algo, los despachos de las navieras en la capital acogían las solicitudes de numerosos judíos en busca de un pasaje para América.

Pero no hay rastro del Nyassa.

El 22 de enero de 1944, el Director General de Seguridad en Madrid envía al Gobernador Civil en Cádiz, Ricardo Zamora, un telegrama con una lista de 'apátridas', conservado en el Archivo Histórico Provincial: "Irán en expedición que saldrá próximamente de este puerto -señala la nota-. Ruégole compruebe salida, dándome cuenta".

La lista de "apátridas" la conformaban Marcel Josef Gildrert, Selbart Berec Frida, José Hogge Hayon, José Palomo Sagués, Jacob Gutchein, Max Gutchein Balsan, Jacomo Benffrain, José Isidoro Balu Kerbes, Rudolf Heymann y Alberto Adjiman Galimidi. Ocho de ellos tenían en común haber nacido fuera de España. La mayor parte, eran originarios de Europa Central. No se hace mención -aunque resulta evidente- a su condición hebrea.

Cuatro días después, el comisario jefe notifica su partida. La siguiente noticia que se tiene del Nyassa es su llegada "sin novedad al puerto de Haifa con 900 refugiados judíos".

La información recogida en el Diario de Cádiz del 3 de febrero prosigue: "Ha sido el primer buque que cruzó el Mediterráneo sin escolta desde que comenzó la guerra. Los beligerantes le habían concedido el paso libre".

Al día siguiente, desde el Gobierno a la Subdelegación Provincial se emiten cinco telegramas señalando, cada uno, a dos nombres de la lista: "Prohíbase la entrada en España, aunque traigan documentación en regla, a los súbditos extranjeros Josef Palomo Sagues, de 37 años, hijo de Mauricio y Sara, natural de Bruyrquía, y Rudolf Heymann, de 42 años, hijo de Luis y Betty, natural de Hamburgo (Alemania). Expulsados del territorio nacional".

La orden de expulsión ni siquiera era conocida, hasta ahora, por el propio Moshé Yanai, residente en Ramat Hasharon: "Suponíamos que nuestra familia había sido expulsada, pero nunca se nos dijo nada sobre el particular. Siempre fue un misterio el modo en que las autoridades franquistas se portaron con nosotros", comenta.

Por qué las autoridades esperaron a su llegada a Oriente Medio para expatriarlos es un misterio. O tal vez, no tanto.

En 1944, la contienda mundial se inclinaba ya favorablemente del lado de los Aliados. Y aunque el discurso oficial del Régimen franquista era marcadamente antisionista, su rechazo a lo judío iba siempre por detrás de la repulsa hacia las "actividades sociales masónicas y comunes" (comunistas), que sí eran perseguidas con tintes de neurosis.

El mismo Moshé Yanai sostiene que, desde luego, Franco quería que España fuera un Estado libre de presencia judía pero que la actitud del Gobierno español en esa época contribuyó a salvar las vidas de numerosos judíos: "Algo que se comenta mucho aquí, en Israel -explica-. Una conocida mía de origen holandés, que estuvo con Anna Frank en el campo de concentración de Bergen Belsen, y luego fue una de los refugiados del famoso barco Éxodo, me decía el otro día que, al menos, España se portó mejor que Suiza, que enviaba de vuelta a Alemania a aquellos judíos que hubieran cruzado ilegalmente la frontera".

Se calcula que, probablemente, de 20.000 a 35.000 judíos consiguieron salvarse porque España, a pesar de su amistad con Alemania, no les rechazó al llegar al país. Como afirma Bernd Rother en Franco y el holocausto, "la postura de España respecto a los refugiados de la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por su disposición a concederles visado de tránsito, a la par que trataban de impedirles una estancia duradera". El tránsito iba unido a la alegación de sefardía, que muchos diplomáticos españoles recuperaron para otorgar visados de paso a la población judía.

"Es cierto que hubo algunos cónsules europeos que ayudaron a los judíos por cuenta propia -apunta Yanai-, pero luego tuvieron que rendir cuentas por su actitud humanitaria, que para Madrid rayaba en un acto de traición".

La discreción era, en esos tiempos, la máxima principal. Amigos de todos, amigos de nadie.

Del 'a media luz los dos', en Hendaya al 'Viva Ike'.

Los judíos que zarparon de Cádiz en enero del 44 durmieron bajo el mismo techo que, unos años antes, había acogido a las tropas italianas.

Cosas de la historia.

El paso de los refugiados del Nyassa por la capital gaditana entraña una curiosa mezcla de oficialismo y ocultación. La llegada y tránsito del contingente judío fueron perfectamente controlados. El lugar escogido para su estancia -según hemeroteca- estaba en el extraradio de la ciudad. El buque que los llevaba a Haifa zarpó de madrugada. Las noticias que se refieren a su caso nadan en la indefinición. Y no queda señal de su presencia en el imaginario colectivo.

"Aquí, en Cádiz, no hubo guerra -explica Fernando Rodríguez, de la Asociación Tarbut Sefarad Cádiz-, pero la represión fue brutal. Y no sólo eran pocos los que se atrevían a mostrar sus simpatías hacia los judíos, sino que entre los mismos judíos apenas se atrevían a significarse".

"Actualmente es muy distinto -continúa-.Cuando trajimos a Adolfo Roitman, por ejemplo, pudo hablar en Filosofía y Letras como lo más normal del mundo... pero era la primera intervención pública de un rabino en Cádiz en siglos. Respecto al tema judío, hasta hace poco, ha imperado en esta sociedad la ley del miedo, del silencio".

Silencio y olvido.

No hay mejores armas.

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