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Fútbol l El balompié durante la dictadura
"Sabed que todos los españoles están con vosotros y os acompañan, orgullosos de vuestros triunfos, que tan alto dejan el pabellón español"; son palabras de José Solís, ministro secretario del Movimiento. Durante la España franquista se dio un fuerte grado de relación entre el fútbol y la política. Recordemos la imagen clásica de la posguerra: ambos equipos alineados antes del comienzo de cada partido, elevando el brazo derecho para hacer el saludo fascista. Fue a partir de los años 50, con los estadios repletos y las grandes tiradas de periódicos deportivos, cuando el régimen empezó a comprender que el fútbol funcionaba también como agente de desmovilización política. Y con la llegada de la televisión, el Gobierno tuvo oportunidad de incrementar la 'futbolitis' del país. Las transmisiones de partidos se revelaron como un medio poderosamente efectivo para mantener al pueblo pegado a sus receptores, y apartarlo así de la calle en fechas conflictivas. Nacía un argumento muy recurrente desde la oposición, el fútbol empleado como dulce somnífero para hacer olvidar al ciudadano sus problemas cotidianos. Ya en plena Transición, comenzó a desarrollarse la teoría de la 'droga social', el estadio como elemento desmovilizador y la politización del fútbol para mantener al pueblo despolitizado.
En torno al debate de si existe un balompié de izquierdas o de derechas, hay que puntualizar que las dictaduras siempre han utilizado al deporte. No sólo en España, también en muchos otros países. El fútbol contribuyó a la pasividad política que hubo durante el franquismo, si bien ésta debe ser atribuida también a otros factores. Porque todos estos argumentos importan muy poco al hombre de la calle. Como decía Pierre de Coubertin, "la humanidad ha pedido siempre a sus dirigentes la diversión al mismo tiempo que la subsistencia", el viejo lema de Pan y circo en el mundo romano. Era grande la necesidad de distracción de las masas de una realidad opresiva y pocas las alternativas que se ofertaban, y el fútbol respondía a esa demanda de forma barata. Para el pueblo, ávido de diversión, el deporte constituía una válvula de escape de tensiones sociales acumuladas, la espita de represiones y añoranzas en otros campos. El fútbol era sólo un componente -aunque muy importante- de la gran cultura de evasión que existió en la España franquista. Sus otras manifestaciones más notables fueron el cine, el teatro, la revista y la literatura popular (novelas baratas que se convirtieron luego en seriales de radio y televisión).
El fútbol dominaba la vida deportiva de los españoles. Proclamado el deporte rey, su reinado justificaba su primacía en la parrilla televisiva, incluso por encima de la afición a los toros. Concebido como espectáculo, gracias al televisor se abrió la etapa de propaganda del fútbol como objeto de consumo masivo. La economía española, en vías de industrialización, fabricó una clase trabajadora con falta de expectativas culturales fuera de la jornada laboral. Y para el ciudadano común, el fútbol se convirtió en tema de discusión e integración social.
El nivel de atención general sobre el fútbol aumentó. No sólo se televisaba un elevado número de encuentros. Existía, además, abundante información deportiva, fenómeno que se desarrolló en casi toda Europa y Sudamérica después de la posguerra. Y el eterno dilema: si la atención de los medios es causa o efecto de la popularidad del fútbol. La prensa dedicaba páginas enteras a partidos, traspasos y declaraciones de entrenadores y jugadores. El creciente interés general por lo que acontece sobre el césped propició el desarrollo de una cultura futbolística, con su propio lenguaje y términos, afán de conocimiento científico y minuciosos análisis. Las quinielas, la magia del 1X2, en busca del premio gordo que liberara al español medio de la pobreza, completaron la 'futbolitis' del país.
El régimen franquista se dio cuenta pronto de lo útil que le era el fútbol para mejorar su mala imagen en el extranjero. En este sentido, un aspecto importante de la politización del fútbol durante el franquismo fue la relación entre el Real Madrid y la diplomacia. La opinión general de cómo las victorias continentales del Madrid ayudaron a romper el bloqueo internacional, se resume en el humorístico comentario de Francisco Cerecedo: "los tres acontecimientos decisivos del período que va de 1950 a 1960 fueron la firma del Concordato con el Vaticano, el pacto con Estados Unidos y las cinco Copas de Europa. Se puede afirmar que Pío XII, Eisenhower y Bernabéu llevaron a España a ser miembro de pleno derecho de la comunidad internacional".
Se tiende a considerar que el Real Madrid era el equipo del Gobierno, apoyado por la creencia popular de que la gran mayoría de los ministros eran 'merengues'. Figuraban en su nómina de socios algunos (Fraga, Solís, López-Bravo, Rosón). Con respecto a Franco, la opinión popular sostiene que era madridista, al menos, seguía por televisión sus partidos; lo que resulta más discutible es que fuera íntimo amigo de Santiago Bernabéu. La leyenda sostiene que los jefes de Estado de nuestro país siempre han sido del Madrid, al menos desde los tiempos de Alfonso XIII, quien le otorgó el título de Real. Dejando a un lado las tradiciones, lo evidente fue su función 'diplomática', el Madrid sirvió como efectivo embajador del franquismo. Aunque una cosa es afirmar que el éxito del club blanco ayudó a mejorar la imagen internacional de España, y otra que contribuyera al inicio o fortalecimiento de relaciones con otros países.
El Madrid gozó del reconocimiento oficial porque el régimen era centralista. Pero habría que puntualizar que el equipo blanco también fue víctima, y no sólo beneficiario, de la manipulación política de la dictadura. Le ocasionó la aversión de gran parte del país: era recibido con odio en muchos campos, el equipo local jugaba muy duro para derrotarlo y, como réplica, crecieron las simpatías hacia el Barcelona. Ambos eran algo más que un club de fútbol pues, además de una pugna deportiva entre dos grandes, estaba la lucha entre dos entidades que representan a Castilla y a Cataluña, un equipo considerado franquista y otros opuesto al régimen. El color azulgrana actuó como catalizador del nacionalismo catalán y forma de resistencia cultural al régimen. Cualquier victoria culé ante su eterno rival poblaba de senyeras las Ramblas y la plaza de Catalunya, en una manifestación contra el centralismo castellano.
El Barça era el club económicamente más poderoso pero nunca supo traducir esa superioridad en el campo. Ganó una sola Liga entre 1961 y 1984 y los periódicos deportivos de Barcelona sostenían que los logros del Real Madrid no tenían nada que ver con la calidad de esta plantilla, sino que se debía más bien a la ayuda del régimen franquista: que gracias a este apoyo oficial, dominaba la Federación y se beneficiaba de la parcialidad de los árbitros. Pero las estadísticas revelan que desde 1939 hasta la llegada de Di Stéfano en 1953, es decir, durante los años del franquismo más agudo, el Madrid no ganaba la Liga. También hubo arbitrajes parciales hacia el Barcelona. Los colegiados siempre han favorecido a los grandes clubes, pero sólo las quejas del Barça atraían la atención de los medios; los equipos más pequeños tuvieron que sufrir en silencio.
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