Cómics
Los chicos de la 619
Luis Merlo. Actor
Luis Merlo (Madrid, 1966) vuelve a Cádiz, al Falla, para representar una obra de ese genio de la creación artística que es Woody Allen. Merlo se confiesa devoto del cineasta y revela las virtudes de una pieza teatral capaz de transformar en humor cualquier dilema humano susceptible de acabar mal. Miembro de una memorable estirpe de actores, habla también de su abuelo Ismael Merlo y de su personaje más popular, Mauri en Aquí no hay quien viva.
-Trae usted a Cádiz una obra conocida y reconocida, ¿qué aporta esta versión de Tócala otra vez, Sam?
-Tengo un amigo que dice que no tienen razón ni los críticos, ni el público, ni los espectadores, ni los actores, que lo que cuenta en esto del arte es el tiempo. Es una comedia que fue escrita en 1969 y que tiene frases como "el cotilleo se ha convertido en la nueva pornografía" o que trata de los grandes temas. Siempre digo que Woody Allen es el filósofo de la carcajada, un hombre que te sabe hablar de los grandes temas, como la madurez, la soledad, Dios, la economía, de manera que cuando traspasan las bambalinas y llegan al patio de butacas, esa reflexión, cargada de contenido, se ha convertido en carcajada. Él es el filósofo de la carcajada, porque el problema de los filósofos es que se toman demasiado en serio a sí mismos. Y tiene una cualidad para mí maravillosa, que en el año 69 la América que nos llegaba era de rubios, ganadores, millonarios, y él dijo que había otra América: la de los neuróticos, la de los perdedores, la de los bajitos. Todo eso queda reflejado en la función.
-¿Intuyo que Woody Allen es para usted un referente?
-Sí, un referente absoluto. Yo le tengo que agradecer muchas cosas a esta función, pero fundamentalmente, además de la felicidad de hacer la función y de ver que la gente también es feliz viéndola, el regalo ha sido volver a encontrarme con el universo de Woody Allen, porque he visto todo su cine de nuevo, he leído su literatura... Creo que pasará a la historia como un comunicador del siglo XX único.
-¿Compensa hacer tantos kilómetros cuando se gira con una obra teatral?
-Compensa, compensa, compensa, cuando vas en el coche, no, porque tienes muchas ganas de llegar a casa, pero compensa porque se establece un juego de seducción con el público que depende de su idiosincracia, manteniéndote fiel a una dirección y a un texto. Yo soy feliz yendo de gira, haciendo una función que conecta con la gente.
-¿No es entonces más sosegada la televisión?
-En absoluto. En la televisión yo soy un medio más para llegar a un fin, y en el teatro el único fin soy yo y el público, y el público y nosotros. Aunque estoy muy agradecido a la televisión, porque me ha dado el conocimiento del gran público, porque he conseguido el afecto en la calle a través de la televisión, y lo noto, y además he conseguido una cosa difícil en el mundo de la televisión, que es cambiar de registro, que es más fácil en el teatro, pero no en la tele, y que te den la oportunidad de hacer Aquí no hay quien vida y El internado es muy difícil, después de un personaje que caló tanto en la sociedad como Mauri.
-¿Y si unimos teatro y televisión y volvemos a los Estudio 1, le agradaría?
-Pienso que los Estudios 1 marcaron una época. A mí lo que me agradaría, no sé bajo qué fórmula porque si lo supiera posiblemente estaría retirado en las Fidji, es lograr un medio que generara tantos aficionados al teatro como generó Estudio 1, un medio en la televisión para que además de fútbol y de la vida de los demás, le dedicaran un 0,5% al teatro.
-Ya sería mucho, creo yo.
-Sería estupendo, hay sociedades que se lo dedican, como la inglesa, y eso se nota cuando van al teatro, hay una liturgia... Es curioso, porque en el mismo teatro en el que estrené Calígula celebré mi primera comunión muchos años antes. Celebramos la liturgia eclesiástica por la mañana, y mi madre estaba haciendo Los peces rojos, de Jean Anouilh, en el Teatro de las Bellas Artes con dos funciones. Salimos corriendo, vestidos de comunión, al teatro, y los actores, entre función y función, me hicieron en el escenario una fiesta de comunión, y a mí me impresionó más la liturgia teatral que la otra. Como ahora, con toda esa liturgia de antes de empezar, cuando se escucha a la gente, que después se calla y se enciende un foco sobre mí, que es como empieza la función, y ahora empieza ese juego que sólo se va a producir hoy así y que sólo voy a jugar hoy así, esa es la magia del teatro.
-Sus raíces son indudablemente actorales: me gustaría que me hablara de su abuelo, de Ismael Merlo, del que ya sabemos qué significó para la escena.
-Mi abuelo significó la educación mía en función de lo que tenía muy claro lo que quería ser, actor. Él me dijo "estudia danza, estudia voz, estudia teatro, lee este libro...". Con la gente que se va siempre quedan conversaciones pendientes, por eso yo recomiendo a todo el mundo que no se canse de decir te quiero mucho, qué feliz soy, qué rico está este percebe... Tuve la suerte de encontrarme con mi abuelo en la adolescencia, que es una etapa difícil en una persona, y si tiene inquietudes, más, y enseguida se fue.
-¿Y era tan grande como escena?
-Era más grande, y era difícil. Era el hombre más fuerte que yo he conocido, entendiendo fuerte como sólido, era un hombre que tenía una solidez de carácter maravillosa, y estaba lleno de virtudes maravillosas y de defectos enormes. Daría años de mi vida por pasar una tarde con él otra vez.
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