En busca de viejas voces del cante
Bonald y Quiñones recorrieron Andalucía durante los años 60, grabando a cantaores no profesionales
Recuerdo que fue allá sobre mediados de la década de los años sesenta, cuando los poetas Fernando Quiñones y José Manuel Caballero Bonald -éste, reciente premio Cervantes de las Letras Españolas -, que todo el mundo sabe eran como uña y cante, acometieron juntos la más que ardua tarea de grabar un álbum de varios discos microsurcos, con cantes de viejas voces flamencas de las menos conocidas, pero que guardaban todavía vetustas reliquias de cante de aquellos que ya si apenas se conocían y estaban dados por más que perdidos, desde hacía tiempo.
Y así, como caballeros andantes, salieron a la aventura, emprendiendo caminos por los pueblos de Sevilla, Cádiz y otras provincias andaluzas, en busca de aquellos privilegiados poseedores de tesoros musicales de nuestra tierra, que conservaban todavía, desde sabe Dios cuando, en sus venerables gargantas. La idea era poder realizar el más exhaustivo archivo del cante flamenco, grabando en patios de vecindad, tabernas y ventas de caminos.
Acompañados por un equipo móvil de una importante casa discográfica, Caballero Bonald y Fernando Quiñones llegaron hasta Jerez y El Puerto de Santa María, donde este cronista, por pura amistad, había quedado en echarles una mano, buscándole cantaores prácticamente inéditos, y desconocidos de los grandes públicos, que accedieran a cantar para ser grabados para la posteridad, en aquella antología, donde se deseaba que la pureza fuera la materia prima de unos discos que hoy son considerados auténticas y valiosísimas joyas.
En Jerez grabarían las solemnes y poderosas saetas de Juan Romero Pantoja 'El Guapo'. Grabación que, por cierto, y no se aún por qué razón técnica, se llevó a cabo en una casapuerta.
El resto de las grabaciones se harían en El Puerto, donde yo había logrado reunir a un pequeño pero selecto grupo de intérpretes, en la casa de una vieja gitana, conocida como Jeroma la del Planchero, que cantaba de lo más antiguo; y allí llevamos también a Tío José el Negro del Puerto, a Tío Alonso el del Cepillo, y a Tío Borrico de Jerez, sobradamente conocidos estos tres de los buenos aficionados de la provincia gaditana. Especialmente, el primero de ellos, por sus arcaicos romances; y los otros dos por sus soleares, seguiriyas y demás cantes de la más pura y rancia escuela.
A la grabación, "in situ" de estos viejos maestros, quisieron unirse, en calidad de invitados, como amigos nuestros, el poeta de El Puerto, José Luis Tejada, y el escritor, actor y recitador gaditano, Joaquín Piserra Tello de Meneses, con su mujer la periodista Celia Rivera, directora del periódico La Voz de la Bahía, de El Puerto, fundado por Fernando Portillo. Y la verdad es que, en casa de la tía Jeroma, pasamos todos una jornada realmente inolvidable, asistiendo a la grabación de los cantes de aquellas gargantas flamencas, de las que alguien dijo que debían de estar en un museo.
Ver aquél plantel de viejas figuras, sentadas alrededor de la mesa de Tía Jeroma, haciendo sus cantes, entre copa y copa de fino portuense, abierta la sala a un patio de olorosas macetas de variada floristería y canarios emulando a los viejos ruiseñores del cante, convertidos por un día en oficiantes de una ancestral ceremonia, que levantaba el vello con sus arcaicas melodías, era verdaderamente impresionante. Aquellas reliquias octogenarias evocaban a sus ancestros, removiendo y sacando hacia fuera lo mismo que habían cantado durante dos o más siglos sus propios antepasados, en interminables fiestas exultantes de corridos, tangos, bulerías, martinetes y tonás.
Piserra y su mujer estaban entusiasmados por asistir a una velada de ese tipo; José Luis Tejada, poeta enamorado del cante, estaba admirado, escuchando ensimismado a sus venerables paisanos; mientras que Fernando Quiñones y José Manuel Caballero Bonald, director éste de la grabación, no cabían en sí de gozo por la insólita reunión de viejas y jondas voces, tan difícil de poder reunir, fuera de los escenarios y estudios discográficos, en apenas unos pocos metros cuadrados de una humilde casa de vecinos de El Puerto de Santa María.
Un fantástico logro que después repercutiría, felizmente, en el resultado final de la colección antológica que los dos poetas se habían propuesto conseguir, para la posteridad de la historia del cante flamenco y que alcanzaría a ser entonces catalogada, como una de las más importantes de todas las que se hayan podido llevar a cabo en la historia de las grabaciones discográficas del cante flamenco.
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