El gozo supremo de la creación
El trabajo de Javier Banegas nos transporta a un escenario silente, mágico, natural y cercano, que condiciona la mirada a un bello ejercicio de emoción pictórica
El acto de pintar, la pintura en sí misma, hace tiempo que adolece de muchas cosas: se echa de menos el gozo supremo del pintor haciendo su trabajo; falta el espíritu total del arte por el arte; se abandona la pureza creativa en busca de remotas argumentaciones insustanciales; se patrocinan episodios espurios que interesan a muy pocos. Todo ello influye negativamente en ese ente superior que potencia la emoción de una realidad ficticia encaminada a satisfacer plena y absolutamente los sentidos y el espíritu.
En lo artístico existe demasiada parafernalia elitista, excesivos intereses en aras de un intelectualismo que exaspera, propuestas rebuscadas que conducen a falsas justificaciones, desarrollos vacíos con desenlaces de pobres argumentaciones. Todo ello provoca un aura de falsedad que, promovido por absurdos postulados de los que poco tienen que decir, influye negativamente en una inmesa mayoría que se amilana ante tanta falsa cohetería. Por eso, cuando uno se encuentra con una exposición en la que sólo subyacen los puros planteamientos de lo que el arte provoca, la pintura ejerce su máxima función; el ejercicio plástico aparece en todo su esplendor sin condicionantes y sin absurdos intereses que a nada conducen. El espectador se siente feliz en su contemplación y el acto creativo envuelve de verdad la mirada expectante del que goza, simplemente, mirando.
Javier Banegas nos ofrece una pintura de gran pureza. Pureza conseguida no por el propio concepto figurativo y, si se me apura, de virtuosismo estructural. Eso es lo de menos. Está ahí, no se puede obviar, pero no es lo más importante. Cada una de sus obras nos ofrece una realidad segura, confeccionada con pasión creativa y sustentada con una clara intencionalidad que crea inquietud y expectativas en la mirada del que la contempla. El pintor ofrece seriedad, verdad, claridad formal y sustancia creativa. El espectador asume la amplia manifestación pictórica y se llena de intensidad, de pureza, de perfección formal y hasta de belleza plástica. Las obras de este artista convencen por su claridad, por su argumento sin derivas distorsionantes, por su veraz planteamiento y por su seguridad compositiva. Son obras bellas, de afortunada concepción y solvente realización; piezas que transportan a un escenario silente, mágico, natural y cercano, que dejan en suspenso el hilván conductor y acondicionan la mirada a un bello ejercicio de suma emoción pictórica.
El credo figurativo de Javier Banegas no viene de una religión forzada por la tradición sino que aparece mostrando fidelidad a un modelo y, sobre todo, respeto a un concepto creativo que patrocina una feliz realidad pintada.
Muy afortunada esta exposición que nos reencuentra con la creación suprema de una pintura que nos sigue captando por su eterna sinceridad.
Galería Benot Cádiz
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