VAIANA 2 | CRÍTICA
Vaiana sigue deslumbrando: segundas partes pueden ser buenas
Inma Chacón. Escritora
-Da la impresión de que esta es de esas historias que resultan emocionalmente duras de escribir.
-Sobre todo, en la parte de la investigación, porque te encuentras con testimonios muy dramáticos, que impresionan, y es imposible no conmoverse. Son historias muy dramáticas que en realidad no se han resuelto. La mayoría de ellas están en los juzgados y han sido desestimadas, lo que resulta especialmente desolador...
-¿Qué la llevó a tratar el tema de los niños robados?
-Puede que todo empezara escribiendo Tiempo de arena, donde contaba la historia de una joven a la que también le quitan sus hijos. En este caso, por una cuestión social, porque ella es de una familia noble y se queda embarazada estando soltera, lo que es un deshonor, así que le dicen que los niños han muerto y se pasa toda la vida buscándolos... Justo cuando estaba a mitad de la escritura de este libro, saltó de nuevo todo el tema de los niños robados. He querido profundizar en él porque es una forma de maltrato a la mujer que se ha ejercido históricamente, primero, por una cuestión social; después, en las cárceles republicanas por una cuestión ideológica, y más tarde se extiende a una cuestión meramente mercantil. Y la gente que hacía esto, desprovista de cualquier tipo de sensibilidad, ha gozado de impunidad durante décadas.
-Se habla de 300.000 adopciones irregulares. Vaya diáspora.
-Eso supone que hay 300.000 personas viviendo con un nombre y un apellido falso, 300.000 madres que sufrieron esta pérdida y el doble de padres adoptivos que colaboraron, más todo el entramado de médicos, enfermeras, monjas...
-Pero ocurre como en la Alemania nazi y en algunos de los países ocupados: las cifras son tan tremendas que es imposible que no se supiera.
-Y claro que se sabía. Hay pueblos donde era algo conocido por todos los vecinos: se sabía que tal o cual monja se dedicaba a vender niños. De toda esa cantidad de gente implicada y afectada, hay muchísimas personas que están calladas, que siguen calladas: padres adoptivos, médicos, matronas, monjas... Es una pared de silencio y una pared institucional aterradora, que hace imposible que todos los que están intentando buscar sus orígenes puedan encontrarlos. Las instituciones no están dando ningún apoyo para poder solucionar este tema. Y, como sucede con la cuestión del maltrato, este caso es una cuestión que nos afecta a todos, no sólo a los implicados, porque es el marco de la sociedad el que ha propiciado que algo así se pudiera hacer impunemente hasta principios de los años noventa, que es anteayer. Todos deberíamos desear que eso cambiase.
-Comenta que hay detalles recogidos de los testimonios reales. Algunos, como hacer que el bebé tome el pecho con un pañuelo en la cara, son de una crueldad refinada. Y estas actuaciones se daban en nombre de una superioridad moral...
-Era una cuestión de prepotencia, de arrogarse el derecho de jugar con la vida y la muerte de las personas, y de tratar a los niños como mercancía, que es la cosificación más tremenda que puede haber: vender a un niño. Tanto Antonio como Juan Luis, los testimonios en los que he me inspirado para escribir las dos historias de adopción que cuento, afirman que se quedaron horrorizados cuando vieron lo que sus padres habían hecho, ese registro.... Hay gente que sí ha encontrado libretas con las cantidades, como si se estuvieran venciendo los plazos de un coche o de un piso.
-Pienso en cómo podría ser el proceso de dolor de las madres biológicas. De la anestesia emocional, al dolor, al pensar que tal vez tuvieran razón y fuera lo mejor. Vencidas por esa norma moral aplastante, que lo impregnaba todo como una niebla.
-Quienes quitaban los bebés, sobre todo al principio de toda esa trama, se aprovechaban de que la mayor parte de las veces existía una especie de respeto o veneración hacia la clase médica o religiosa: lo que decía un médico era sagrado, o lo que decía una monja o un cura... Y luego estaba el miedo y el silencio social hacia las autoridades, derivados de los años de la dictadura. Y se han aprovechado de eso en muchísimas ocasiones.
-¿Cree que todavía hay ecos de ese clima?
-Desafortunadamente, todavía sí que hay. España ha cambiado muchísimo, y es cierto que tenemos una cultura democrática bastante sana, que ha arraigado bastante en nosotros. Muchísima población ha nacido ya en democracia, y algunas ideologías quedan ya bastante trasnochadas. Al menos, gran parte de esa niebla de la que hablabas se ha disipado y por lo menos tenemos capacidad para reclamar, aunque haya que andar con los ojos bien abiertos. Otra cosa es que nos hagan caso.
-Es muy oportuno recordar aquí la figura de Vallejo-Nájera, con sus teorías sobre el "gen rojo" y la relación entre marxismo e idiocia. Reconforta que sea nuestro primer catedrático de Psiquiatría.
-Antonio Vallejo-Nájera se formó en la Alemania nazi. Se dedicó a estudiar a presas republicanas en Málaga y llegó a la conclusión de que la segregación de los niños era la mejor medida. Por supuesto, esas medidas se tomaron según la política que él planteó.
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