"Una situación extrema puede provocar que se hagan locuras"
Literatura
El escritor gaditano Jesús Cañadas presenta 'Pronto será de noche' hoy en Cádiz, en Las Libreras, y mañana en Puerto Real.
¿Qué haría usted si supiera que el fin del mundo llega de manera inminente? Jesús Cañadas, escritor gaditano que vive desde hace tres años en Frankfurt, movería cielo y tierra para llegar a la playa Victoria y ver el mar. Eso haría el autor de Pronto será de noche pero los personajes de ésta, su tercera novela, adoptarán diversas decisiones atrapados en un asfixiante atasco en mitad de la meseta de nuestra península. A unos les da por huir, a otros por esperar, a otros por matar y a Samuel, el protagonista, por pelear contra el tiempo en busca del hábil asesino. Una decisión con la que dotar de sentido los últimos días de su vida. Pronto será de noche, editada por la prestigiosa Valdemar, se presenta, de la mano de su autor y de la escritora Carmen Moreno, hoy en Cádiz, en Las Libreras, a las 19.30 horas; y mañana en Puerto Real, en Pérgamo.
–’Pronto será de noche’ es lo que pasa cuando el mundo se acaba pero es algo más, ¿verdad?
–Pues sí porque he utilizado el fin de mundo como una excusa para hablar de cómo se enfrentan estos personajes tan distintos al concepto de la muerte, cómo gestionan esa certeza de saber que se van a morir dentro de poco.
–¿Por qué colocarlos en un atasco?
–Es una situación límite. La idea me surgió viendo en las noticias la evacuación por el huracán Katrina. Se formaron colas kilométricas de atascos y recuerdo que llegué a pensar, “y si aquí dentro matan a alguien, ¿cómo se resolvería la cosa?” Ese fue el empujón a una bola de nieve que fue rondando y creciendo y donde se van metiendo muchísimas otras influencias e ideas, como la decisión de traerte la acción a España, de situarla en mitad de la meseta porque el tono que le quieres dar a la novela más seco, más árido... También se cuelan ahí la influencia de Rulfo, de Cortázar... También se mezclan con otras cosas en tu cabeza, desde una conversación, a una película, a una obra de teatro, a alguien que ves pasando por la calle que dices esta persona o este fragmento de conversación lo voy a incorporar a una novela. Recuerdo que el personaje de Alfonso es un taxista que me llevó cuando me mudé de Madrid a Frankfurt, cuando me fui a trabajar a la Feria del Libro de Frankfurt, y pensé, a ti te tengo que meter yo en la novela.
–¿Tan desagradable era el tipo?
–Sí, sí, así con su banderita de España en la muñeca, súper racista, súper desagradable. Y un tío así tenía que estar en esta novela, no es exactamente igual, pero muy parecido.
–Nombraba a Rulfo y a Cortázar, pero a mí, en ciertos momentos, me ha transmitido la sensación de agobio del Saramago de ‘Ensayo sobre la ceguera’
–Saramago está ahí, arriba muy arriba, y yo estoy ahí abajito, uno mira para arriba, intenta llegar, pero se intenta simplemente... Pero sí que el rollo era jugar con gente encerrada en un sitio que no está cerrado, esa idea también está muy entroncada con El ángel exterminador de Buñuel, un grupo de gente que puede salir de una sala simplemente andando pero que no pueden. Algo así ocurre aquí, están en un sitio que no es ningún sitio porque, al fin y al cabo, es una autopista, que es lo que los expertos en ensayos llaman un no lugar. Lo que hago es congelar el fotograma de ese no lugar y encerrar a los personajes es un espacio abierto. Entonces, las paredes, los techos y la opresión vienen del aire, del calor y de la situación, y hacer eso ha sido jodidamente difícil, me vas a permitir que no tenga abuela y que te diga que ha salido muy bien pero ha costado un montón. Ha sido una pelea con cada frase, con cada palabra, que cada palabra tenga el peso específico que tú quieres darle... Han sido muchas correcciones y mucho partirse los cuernos contra el teclado.
–El ritmo de la prosa contribuye a esa sensación claustrofóbica...
–Exacto, la prosa de la novela es el atasco de la novela. Avanzar a trompicones usando ese tipo de frases cortas, con ausencia de adjetivos y apoyándote en la puntuación.
–¿Y esa apuesta por hibridar géneros?
–Sí, es que me gusta meterme en agua tapá... No me sale escribir un género porque no consumo un género. Aquí hay puntitos de terror y está el género policíaco porque yo tenía clarísimo que la novela iba a ser un thriller, la historia de un policía buscando a un asesino, y tiene cosas muy clásicas de la típica escena policiaca, con su escena del salón, aunque no en un salón, el descubrimiento del cadáver, el propio cadáver encerrado, que es un guiño a El misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux... Además, la situación requería una cosa así... Una situación tan extrema, como que a lo mejor me muero mañana, puede provocar que se hagan muchas locuras, como matar a otras personas, violar a alguien o, simplemente, como uno de los personajes, irse a ver el mar...
–Samuel, quien se encarga de resolver el caso, está en el centro del libro, pero le rodean una serie de personajes, en cierta manera, arquetípicos, ¿es pretendido?
–Muy pretendido. La novela pasa durante el fin del mundo y yo estas cosas me las planteo como el que escribe una tesis doctoral: me empapo de lo que se ha hecho hasta ahora sobre el tema e intento avanzar un poquito más. Me empapé de muchas películas, cómics, libros que tuvieran que ver con el fin del mundo e intenté ver cuáles eran los arquetipos de los personajes que solían salir en estas cosas, traérmelos a mi novela y darles un girito. Entonces tenemos al adicto, al hombre que está al final de su vida, al personaje manipulador, un personaje misterioso, tenemos a la embarazada... Y una embarazada, al fin y al cabo, es como una pistola de Chéjov, un detonante, si al comienzo está embarazada antes del final se pondrá de parto, pues voy a coger eso y darle un giro. Al fin y al cabo, también esta novela plantea un juego con el lector. De todas as capas que tiene la novela, hay una que es, simplemente, descubrir quién ha sido, y las pistas están ahí.
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