Cardiograma del poeta de la calle

Escritores, poetas y cantautores se reunieron la noche del jueves al pie del Castillo de Luna para homenajear la figura y la obra de Rafael Alberti en el décimo aniversario de su muerte

García Montero, Ruibal, García López, Téllez, Mendicutti, Grandes, Teresa Sánchez Alberti, Alejo Martínez, Sabina, Fdez. Palacios, Polavieja y Espejo.
García Montero, Ruibal, García López, Téllez, Mendicutti, Grandes, Teresa Sánchez Alberti, Alejo Martínez, Sabina, Fdez. Palacios, Polavieja y Espejo.
Pilar Vera / Cádiz

22 de agosto 2009 - 05:00

Se agota termidor y el clan de Rota se reúne, al pie del Castillo de Luna, para homenajear al republicano más significado de la provincia. Llevan haciéndolo, con distinta excusa, desde hace seis años, a iniciativa de la formación local de IU. Y este año, el décimo desde la muerte de Rafael Alberti, el poeta portuense actúa de conglomerado.

Luis García Montero se encargó de abrir el acto, recordando que fue a Rota adonde Alberti y María Teresa León acudieron cuando se enamoraron: "Ella estaba casada y quiso separarse, y para quitarse de los mentideros de Madrid, decidieron venir al Sur -explica-. Aquí fue donde se enteraron de la proclamación de la II República".

El poeta de la calle -como bien recordó su sobrina, Teresa Sánchez Alberti- ligó bien con este encuentro a ras de pueblo y, al final de la noche, de todas las palabras y de todas la canciones, la sensación era la de haber contemplado un enorme cardiograma, tomando el pulso al corazón, al mar y la tierra.

José Ramón Ripoll recordó la actitud comprometida del poeta con los valores de izquierda y su dolor por la sangre: "A él no le importaría -indicó también Juan José Téllez- que dijera que hoy, cuando la Confederación de Empresarios chantajea a los trabajadores de este país, y cuando vemos un fortalecimiento del fascismo en todas partes, es más necesario que nunca que un gran fantasma recorra el mundo".

Almudena Grandes -que leyó uno de los poemas de Capital de la gloria, escrito en Madrid durante la Guerra Civil- proclamó alto y claro que queda todavía, en medio de esta heroica pena bombardeada, la fe, que es alegría, alegría, alegría. Y Benítez Reyes recordó que era tan grande el sufrimiento por lo perdido -todo lo hermoso, la cinta verde del viento, los retornos de Chopin-, que no bastaban otras orillas ni siglos de desgastada grandeza para consolarlo -Dejé por ti todo lo que era mío. Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte-.

El escritor Eduardo Mendicutti subió al escenario con la misión de hacer sonreír al público, y confesó haber tenido sólo dos influencias poéticas en su vida: "Alberti y Juan Ramón Jiménez. Cuando nació mi hermana Lucía, escribí un poema que decía: Lucía es pequeña, morena, suave...". Salió, de su boca, la dama de la cama, y de la alcoba, y de la casa. Y Juan Sánchez Lafuente escogió El paraíso perdido, que dice en un verso: Diluidos, huyen de mí los cielos.

Diluidos, huyen de mí los cielos. Y da la sensación de que no hay otro lenguaje, que no puede haber otro lenguaje que ése para llamar al corazón. Benjamín Prado se recita a sí mismo diciendo "llega el Adefesio, bruja que te estruja, manos que te soban", y suena como si cantara a Sabina. Pero no es Sabina. Joaquín Sabina viene luego, y asegura que le parece "un milagro ver una plaza llena de gente dispuesta a escuchar poesía". Y recuerda que recibió la noticia de la muerte de Rafael Alberti en México, y que esa misma madrugada escribió Si digo Rafael, el soneto que proclama: No pasarán quiere decir Dolores, si naufrago pernocto en la Bahía, si te falla mi hombro es porque muero.

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