Charles Darwin, el 'Guernica' y el abecedario de las mariposas

El científico Francisco J. Ayala repasó las claves evolucionistas en el Palacio Provincial

Francisco J. Ayala explica la posición bípeda que indicaba la cadera de la homínida 'Lucy'.
Francisco J. Ayala explica la posición bípeda que indicaba la cadera de la homínida 'Lucy'.
Pilar Vera / Cádiz

09 de septiembre 2009 - 05:00

Hay lugares en los que Charles Darwin sigue evocándose bajo la figura de un hombre-mono y su nombre sigue siendo sinónimo de ridículo anatema. Desde el fundamentalismo, se entiende que la teoría de la evolución niega el principio divino y pone al rey de la Creación frente al más indeseable de sus reflejos. En Estados Unidos, Francisco J. Ayala es uno de los representantes de la corriente evolucionista - frente a los creacionistas, que niegan, aún a día de hoy, las aportaciones del científico inglés-.

Ayala abrió su intervención en los 'Diálogos con la Ciencia' organizados por Diputación tomando al Guernica y al abecedario de las mariposas como perfectos ejemplos: "El Guernica está diseñado para mostrar el dolor de la misma forma que un automóvil está diseñado para caminar -explicó-. El abecedario de las mariposas no es más que fragmentos de alas de insectos. No ha sido diseñado para escribir, aunque nosotros pudiéramos utilizarlo para hacerlo, igual que los mares y los ríos no han sido diseñados para ser navegados, pero nosotros lo hacemos".

"El ojo humano tiene en común con el coche que si su función final no formara parte de su propósito no hubiera existido -continuó-. Y tiene en común con el abecedario de las mariposas que no obedece a un diseño previo, sino que es el resultado de un proceso natural".

William Paley, autor de la Teología Natural, en 1802, "se inclinaba del lado del coche: concebía que tenía que existir un diseñador universal, dada la diversidad y complejidad de los organismos". Frente a él, se situaba el principio de la selección natural que Darwin planteó en El origen de las especies (1859), que sugería que había variaciones espontáneas en los individuos que permitían su supervivencia frente a otros, ya que provocaban su mejor adaptación al medio. Para explicar su teoría frente a la del 'diseño universal', Darwin utilizó la anatomía comparada, tomando las extremidades superiores de diferentes especies, "que guardan idéntica configuración básica para desempeñar, sin embargo, funciones muy distintas".

"En la segunda mitad del XIX -comentó Ayala-, la mayor parte de los científicos creían en la evolución natural, pero que ésta se daba poco a poco. Respecto a las teorías de Darwin se preguntaban, sobre todo, dónde estaban los casos intermedios. ¿Dónde estaba la especie puente entre pájaros y reptiles?". Sólo un año después de aparecer El origen de la especies se encontró el primer fósil de Archaeopteryx: "Lamentablemente, no sería hasta siete años después de la muerte de Darwin que se encontraría al primer ejemplar de lo que hoy conocemos como Homo Erectus".

De entre estos "eslabones perdidos" entre el mono y el hombre, destaca por su significación el esqueleto de Lucy: una homínida que mantenía la capacidad craneal de un chimpancé pero que ya tenía proporciones y ángulo de cadera típicamente humanos.

La biología molecular vino a apoyar la teoría darwinista, mostrando un alto número de coincidencias en las cadenas proteínicas de monos y humanos. Y se han dado, por supuesto, casos de mutación aleatoria que demostraron ser fundamentales en el desarrollo de la especie, como el de la Salt and Pepper Moth, en Inglaterra.

"El ojo del calamar, por ejemplo, es ligeramente mejor que el del ser humano. Sería terrible pensar que hay un ser superior que se preocupa más por el interés de los pulpos -bromeó Ayala-. Todo ello, sin contar con las anomalías de numerosos organismos, y del propio orden natural, lleno de parásitos y depredadores. Por eso, para mí, la selección natural no sólo es un regalo para la ciencia, sino también para la religión".

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