Romance del viejo juglar
XXVII FESTIVAL IBEROAMERICANO DE MÚSICA MANUEL DE FALLA Actuación de Amancio Prada
El veterano Amancio Prada somete a rendición al Falla con un hermoso repertorio de música medieval para arropar las inmortales coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre
No hará ni veinte años que el romance formaba parte de nuestra vida cotidiana. Los niños se conocían la canción del señor don Gato, que no es otra cosa que un romance, versos de ocho sílabas que en los pares riman en asonante. Todas las niñas saltaban a la comba cantando historias de viejos caballeros. El romance había llegado a nosotros de manera natural, transformando las viejas historias en otras nuevas, como había hecho durante siglos. Ahora, ejércitos de universitarios se lanzan por los pueblos perdidos a buscar nonagenarias que les canten variaciones de romances. Están tratando de inventariar los restos del cadáver. El romance ya no forma parte de nuestras vidas.
Amancio Prada lleva cuatro décadas transmitiendo romances y la noche del viernes en el Falla tomó como excusa la elegía inmortal sobre la muerte que Jorge Manrique dedicó a su padre para insuflar un masaje cardíaco a la tradición de la música medieval y entregarnos una inolvidable hora y media de epifanía, de comunión con una tradición oral que ahora dormita en las aulas de secundaria ante las miradas desatentas de los chavales. En la voz de Amancio Prada, acompañado por tres entregados músicos y un museo de instrumental, la poesía revive rabiosa en cada una de sus historias de amor y muerte. ¿De qué otra cosa trata la vida, la de nuestros antepasados y la de los que vendrán?
Este hombre del Bierzo conjurado en el esfuerzo titánico de popularizar el arte que nació del pueblo y que nunca fue escrito consiguió infiltrarse entre los capilares del público y erizar el vello en varias ocasiones, pero quizá fue el momento del Romance del Enamorado cuando desarmó a la concurrencia hasta exigir su rendición. Ya habían pasado las coplas de Jorge Manrique, ya había susurrado el 'aunque la vida perdió dexónos harto consuelo su memoria', ya había ejecutado su Lisboa sobre lo mar, ya nos había trasladado al pórtico de la Catedral de Santiago con su zanfoña con una pieza que nos aproximó al estado lisérgico, cuando se quedó solo en el escenario oscuro y un embudo de luz le bañó. Fue cuando escenificó con brazos y piernas, con el cuerpo entero, sin instrumento alguno, este hecho: el enamorado sueña con sus amores cuando recibe la visita de una señora blanca, más que la nieve fría, que es la muerte. El enamorado, aterrorizado, le pide a la muerte un día, pero solo una hora es concedida. Corre el enamorado a buscar a su amada y ella le lanza un cordón de seda para que suba a su balcón y, si las sedas no alcanzaran, las trenzas añadiría. Ya está tocando la barandilla cuando el cordón se rasga y el enamorado se estampa contra el suelo. Abajo, la muerte: "vamos, enamorado, la hora ya está cumplida". Mil veces que oyera este romance, mil veces me emocionaría.
Pero el broche para el público de Cádiz era un regalo especial, la desternillante anécdota de Chicho Sánchez Ferlosio, que en el 79 acudió a tocar con Sabina y Krahe a la Plaza Mina a cambio de 25.000 pesetas que les tendría que entregar el escurridizo concejal Gelos. Tras días de espera, ya casi sin dinero, Chicho se presentó en el Ayuntamiento con su guitarra y una copla dedicada a Gelos. Sólo esa vez cantó Chicho esa canción socarrona del munícipe gorrón. En la noche del viernes, en Cádiz, volvió a escucharse esa copla cantada antes una única vez gracias a Amancio Prada y la gente se tronchó. Al fin y al cabo, es un tema tan viejo como la política, el artista mendigando por su arte. El viernes, seguro, Prada se ganó sobradamente el jornal.
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