Manuel Bustos Rodríguez

El término de una época

la tribuna

22 de junio 2011 - 01:00

ESTAMOS al cabo de un tiempo político: la época Zapatero parece tornar a su fin. Quiero creer que quienes se acerquen a ella con objetividad, sin resabios ideológicos, concordarán en que es una de las peores, si no la peor, que hemos conocido desde hace décadas. La crisis económica generalizada no basta por sí misma para justificar tanta herida, tanta inutilidad e impericia, tantas contradicciones como se han prodigado. Ciertamente, ha sido necesario el crecimiento acelerado del paro para que muchos hayan reaccionado ante lo que ya se veía con claridad en la primera legislatura. No pasará esta época a los anales del buen gobierno.

La tarea que ahora se presenta es ardua; los temas pendientes de calado, capaces de poner a prueba a quien haya de gobernar en los próximos años. Habrá que tomar medidas duras, tener coraje y prudencia a la vez, rectificar tanta medida errada como se ha adoptado.

El consenso entre los grandes partidos nacionales no parece posible y eso agrava el problema, pues las necesarias reformas deberá afrontarlas uno sólo, tal vez con algunas ayudas puntuales. Sabemos que la mayoría de las formaciones que pudieran actuar como bisagra no persiguen el bien común de la nación española, sino utilizarla para sus intereses nacionalistas y/o independentistas. Me atrevo, brevemente, a sugerir las labores más urgentes.

Parece ineludible reconsiderar el Estado de las autonomías. Ello exige establecer pronto un techo, una delimitación clara entre el poder central y los autonómicos, acabar con tantas desigualdades, duplicidad de funciones y gastos innecesarios. Pero, tal y como se presenta ya a estas alturas la cohesión nacional, creo que sería preciso cambiar de estrategia. Se ha perdido un tiempo precioso. Nadie está obligado a ser español; si se elige continuar vinculado a una historia compartida y a una empresa común, como parece sensato, el poder de las "nacionalidades" no puede crecer hasta el infinito y los líderes de las mismas deberán renunciar, de una vez por todas, a las amenazas independentistas. De lo contrario, si quieren la secesión, convendría preparar con tiempo la posibilidad de un referéndum para ellas con todas las consecuencias, pues es preciso acabar, definitivamente, con ese pago entre todos, bajo amenaza, de la independencia gradual de algunos. O el buscar mayorías a precio de oro.

La Justicia es hoy un horror para muchos españoles, siendo como es uno de los pilares del Estado de derecho. Tres son, en mi opinión, los ejes sobre los que habrá de remodelarse: despolitización, rapidez y agilidad en sus procedimientos y una mayor "justicia" de la Justicia. Cámbiense las leyes, si es preciso, para que el delincuente y el agresor no sean los inocentes y el inocente agresor.

La educación exige también una mejora notable. Su triste realidad lo está pidiendo a voces. Vea el lector los datos al respecto. A mi juicio, la reforma debe basarse en unos pocos principios básicos: mayor nivel en la calidad de los estudios, fortalecimiento de la autoridad del profesor, reconocimiento del mérito y esfuerzo de los alumnos, y libre elección de los padres acerca del tipo de enseñanza y educación moral que desean para sus hijos.

La crisis económica ha sido la traca final de la deteriorada situación actual. Asistimos a un incremento inusitado del paro, jóvenes que emigran en busca de trabajo, situaciones familiares dramáticas, aunque sea precisamente la familia, tan injustamente atacada, quien esté actuando como amortiguador. Serán precisas reformas profundas y, con probabilidad, costosas. No obstante, son convenientes dos cosas: ir a las raíces del problema, que no es solamente económico, y que la crisis no descargue su peso sobre los más débiles.

Las movilizaciones más importantes han sido, en el periodo que acaba, por asuntos varios de honda carga moral, referidos a la negociación con el terrorismo al margen de la legalidad, la "ingeniería social", urdida desde arriba, frente a la defensa de la vida y de la familia, y contra la utilización del poder político para obtener prebendas, influencia o enriquecerse. Pienso que algún tipo de consideración, y rectificación, merecerían estos temas por parte de quienes gobiernen.

Quedan en el tintero otras iniciativas necesarias, difíciles de impulsar desde los propios partidos y sindicatos. Por ejemplo, las de su propia reforma o la de la ley electoral. En consecuencia, hay que fortalecer la movilización, ya iniciada, de la ciudadanía y su maduración, aunque sepamos, desgraciadamente, que los españolitos no estamos para grandes ideales ni arriesgados compromisos. Mientras no nos falte la "Champion" y la Liga, las salidas de copas, los fines de semana de campo y playa, los "puentes" y el libro de autoayuda, la necesaria presión para los cambios seguirá estando comprometida.

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