Confabulario
Manuel Gregorio González
Retrocediendo
la tribuna
NO es mala cosa que la formación y la selección de los docentes se conviertan en una prioridad política. Todavía mejor, que queden a salvo de contingencias de distinta naturaleza, para tomar forma efectiva. Y, a ese efecto, tal vez convenga acercar dos procesos, formación y selección, hasta ahora disociados y distantes.
Si se repara en el primero, la formación inicial, es notoria la diferencia entre la que cursan los maestros, facultados para impartir las enseñanzas de la educación infantil y primaria; y la que realizan los profesores para el desempeño docente en la Educación Secundaria. Actualmente, las enseñanzas universitarias se conforman en tres ciclos: Grado, Máster y Doctorado; y son apreciables las diferencias entre la formación inicial de maestros y profesores. Los primeros, cursando el correspondiente Grado, pueden ejercer la profesión, porque las enseñanzas están directamente relacionadas con la misma, mientras que los profesores cursan estudios de Grado, referidos a distintas disciplinas, sin orientación docente, y, una vez concluidos, han de completar un Máster, en este caso sí de carácter docente, que permite el ejercicio.
Tal circunstancia ya advierte de una formación inicial inadecuada: es decir, un titulado en Matemáticas, en Historia, en Filología, en Biología o en buena parte de las disciplinas puede ejercer profesiones vinculadas a sus estudios, excepto la docencia para la que no se definen enseñanzas específicas de Grado, sino, como acaba de adelantarse, estudios disciplinares no dirigidos a la docencia y que requieren un Máster específico posterior. En definitiva, un titulado con el Grado de Biología puede ser biólogo, pero no profesor de esa materia en la Educación Secundaria hasta que supere un Máster.
Y esta configuración de los estudios tiene, a su vez, una marcada orientación profesional. Así, los estudiantes que inician el Grado correspondiente a la Educación Primaria han tomado una opción clara por la enseñanza, toda vez que la salida general de esos estudios es la de ejercer como maestros. No ocurre lo mismo en quienes, por razones no docentes, comienzan los estudios de Biología y adelantan una socialización profesional las más de las veces vinculada al ejercicio de la profesión de biólogo. Cuando tal opción no resulta factible o se demora, aparece la posibilidad del ejercicio docente y, entonces, un Máster procura facilitar conocimientos didácticos específicos y prácticas en centros escolares.
Pero tal complemento acaba por ser una oferta a destiempo y el bautismo didáctico no acaba bien resuelto, con un curso comprimido y hecho casi a retazos por el reparto de créditos (horas) entre los distintos departamentos universitarios que asumen las enseñanzas del Máster. De modo que ese biólogo que se imaginaba en el laboratorio, la investigación o el parque natural, más profesional y reconocido cuanto más conocimiento acumulara de su disciplina, puede verse ante un grupo de adolescentes de cuarto de educación secundaria obligatoria, como alumnos desmotivados para los que de poco sirve el sesudo conocimiento del contenido con que cuente su profesor sino, sobre todo, las competencias de éste para motivar el aprendizaje con la enseñanza, resueltamente didáctica más que disciplinar, de la materia.
El MIR, por su parte, es un sistema de selección por el que los estudiantes que completan el Grado en Medicina realizan un examen común de cuyo resultado, sobre todo, se deriva la opción por una especialidad, adquirida después a lo largo de cuatro o más años de práctica. Los candidatos con mejores puntuaciones eligen, por tanto, la especialidad, pero su formación inicial es común a partir del mismo Grado en Medicina.
Luego aplicado a la enseñanza como actividad profesional, ese sistema del MIR no se ajusta del todo: los participantes, en su caso, contarían con grados de distintas disciplinas y, antes que especialización, lo que debe propiciarse es una capacitación didáctica no adquirida en la formación inicial. Otra cosa es que el MIR sea un Máster con más años, o que el expediente académico del Grado pese más en el acceso a la docencia, pero no el MIR propiamente aplicado a la enseñanza.
Cuestión distinta sería que la docencia como actividad profesional se vinculara a un Grado común, como ocurre en Medicina, para adquirir, incluso en el mismo desarrollo de ese Grado, mediante menciones específicas del título, especializaciones correspondientes a las distintas etapas y enseñanzas del sistema educativo. Y es que para el ejercicio profesional de la enseñanza son necesarias competencias propias en las que, antes que el conocimiento del contenido, es indispensable el conocimiento didáctico del mismo, y la forma de adquirirlo tiene mucho que ver con la formación inicial que se realice.
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