La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
de poco un todo
Cuántos variados enfoques de la JMJ en los diversos medios. Para muchos analistas, entre los que se abundaban agnósticos o ateos confesos, el numerito de los indignados ha sido una bendición. Les ha servido de contraste o claroscuro para sacar a la luz las diferencias con la admirable juventud papal. Diferencias en número, en actitud, en color, en respeto… Y qué fotogénica ha sido su mansedumbre épica. Eso ha producido muchas crónicas y columnas candentes. Para otros, lo más impresionante está siendo la cantidad, o "marea humana", como dicen. Lógico: entretenidos siempre con encuestas, sufragios, mayorías, tendencias y movimientos de masas, esto les marea. Otros, más sensibles al encanto de la juventud, contemplan boquiabiertos la alegría limpia de esos jóvenes atractivos. Para los pocos patriotas que van quedando, ha sido una buena ocasión de recordar las raíces cristianas de España. En los que predomina la óptica sociológica, se palpa el pasmo ante tal orden público en unas concentraciones tan multitudinarias. A los más intelectuales les esperanza que uno de los suyos se haga oír atentamente. E incluso he leído análisis geopolíticos que descubren en Benedicto XVI la talla de un líder europeo como no hay otro.
El católico de a pie asiste a todo este tremolar de opiniones -de tan diversos colores y tamaños como las múltiples banderas que se estremecen al paso del papamóvil- agradecido y emocionado. Pero lo suyo es otra cosa: lo del Papa, que dejó claro en la ceremonia de bienvenida que se trata de "encontrarse personalmente con Cristo amigo" y de "radicarse en su Persona". Por cierto, en ese mismo acto inaugural saludó "a cuantos siguen este acto a través de la radio y la televisión", momento en el que me encontré especialmente interpelado, y gesto que le agradezco al Santo Padre lo indecible.
Desde la fe, la JMJ no se contempla como un fenómeno y sí como la manifestación radiante de un misterio capaz de iluminar cuanto sorprende e intriga hoy a tantos. Si esa multitud de jóvenes no se comporta como suelen hacerlo las masas se debe a que no es una masa, sino parte de un todo orgánico, la Iglesia, Cuerpo Místico, cuya cabeza es Cristo. Benedicto XVI le representa y, por eso, el entusiasmo de los jóvenes, más que hacia un anciano, por muy admirable que sea, que lo es, se debe a otro joven, a Jesucristo. La diversidad de naciones y culturas, de carismas y vocaciones, de idiomas y caracteres conviviendo, complementándose, prestándose vitalidad, queriéndose, sólo se entiende a fondo desde el mismo ser místico de la Iglesia, que conjuga la dignidad irrenunciable de cada persona ("Dios sólo sabe contar hasta uno", se ha escrito) con la radicación de todos -cada cual en su puesto- en la Persona de Cristo. Lo que no quita para que también sean verdad las otras cosas que se van señalando, que comparto y agradezco, ya digo, emocionado.
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