La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
de poco un todo
FORZADOS nuestros políticos por Angela Merkel a constitucionalizar un límite al déficit, tenía que tragarse Rubalcaba sus risitas de hace unos meses contra esa medida y su tendencia socialdemócrata al gasto alegre. Pero se le ha ocurrido, oh, poner un límite sin cifras. O sea, constitucionalizar la nada en forma de techo descapotable. El límite se concretaría luego por ley, dicen, y sería derogable por ley, por tanto; que es algo que ya vimos con la ley de equilibrio presupuestario de Aznar y el socavón que le hizo Solbes. Además, la reforma es muy urgente pero no entrará en vigor hasta 2020. La Constitución recogerá, encima, que para las épocas de recesión ni esa obligación etérea y distante cuenta.
Se diría que esto no iba a engañar a nadie y, de hecho, en las redes sociales se ha montado una fiesta instantánea proponiendo un límite de velocidad sin cifras o una tasa de alcoholemia hip hip abstracta. Sin embargo, a Rajoy se lo ha llevado al huerto. Con lo que ha regalado a Rubalcaba la iniciativa (y una bombona de oxígeno), poniéndose a sí mismo y al país entero en un soberano ridículo, que es de lo poco soberano que nos va quedando.
Los más serios analistas económicos se preguntan, desolados, por qué cambiar a toda prisa la Constitución para que todo siga igual si no estamos -qué más quisiéramos- en una novela de Lampedusa. Y entrelíneas de sus comentarios se oyen suspiros de profundo desánimo. Pero quizá esta jugada nos quite de los ojos las pocas vendas que aún teníamos. Y la verdad, aunque duela, es mejor que el engaño autosatisfecho.
Vemos hasta qué extremos los políticos tiran al monte del gasto público, ése que creen que es todo orégano. Cuando la coyuntura y la Merkel les habían puesto entre la espada y la pared de ponerse un techo, se han reinventado el techo corredero. Sería un detalle que fuesen tan imaginativos cuando les vuelva a llegar el turno de apretarnos el cinturón o arañarnos el bolsillo a los demás, aunque me da que no.
Luego, este follón para nada nos muestra más claro aún el papel de nuestra Carta Magna, que es el de papel mojado. No sólo por las recreativas interpretaciones del TC ni por esta reforma urgente si lo mandan en Europa, sino porque con ella todo vale a estas alturas, como evidencia el techo falso de pladur de Rubalcaba.
¿Quiere esto decir que los políticos van a seguir disparando el déficit público con tal de no encarar las reformas institucionales que aquí y ahora son imprescindibles? No podrán. Se resistirán lo que puedan, tirarán al monte de su querencia, pero ni los mercados financieros ni la Unión Europea les dejarán correr ya demasiadas aventuras con los gastos. Como la Constitución no va a recoger ningún límite real y ya se ve la voluntad de nuestro Parlamento, quedará patente de nuevo, gracias a la miopía y al egoísmo de nuestra clase política, quién manda aquí. Aquí, desde allí.
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