La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
de poco un todo
Mi gratitud a la enseñanza privada, donde me eduqué, es tan grande como mi gratitud a la enseñanza pública, donde educo. Mi amor por ambas es indivisible y doble: lo es por la enseñanza y la libertad. Tomar partido por una contra la otra es tomarlo, de rebote, contra la excelencia. Partir de que tenemos que escoger un bando (el público o el privado) supone equivocarse sin remedio. El acierto sería dejar la elección a los padres con la menor existencia posible de impedimentos económicos u organizativos. Mientras la defensa de la escuela pública incluya boicotear o dificultar el acceso a la privada, estaremos quizá asfixiando un poco a ésta, pero a la vez desprestigiando mucho a la otra.
A estas alturas supongo que a nadie le parecerá que exagero. El líder sindical de la huelga madrileña de la educación (que dice defender a la pública) tiene a sus hijos en la privada, como el ministro de Fomento, el más socialista que nadie -en teoría- José Blanco, o el también más socialista que nadie y más catalanista que cualquiera José Montilla, que los tiene en el colegio alemán. Ante el ejercicio de hipocresía que supone imponer la pública al público, pero apuntarse a la privada en privado, la gente se molesta, naturalmente. A mí me da rabia irritarme porque alguien ejerza un derecho que considero fundamental, así que más que protestar trataré de entender el panorama.
Parte de la política educativa ha consistido en forzar a los colegios privados que pedían concierto a ir asimilándose a los públicos (han debido en su inmensa mayoría hacerse mixtos, renunciar en buena parte a sus idearios, diluir su personalidad) con lo que quizá se han desnaturalizado, pero con lo que con toda seguridad han pasado a competir en el campo de la pública, dejándola sin los rasgos distintivos por los que muchos la hubiesen preferido. Por otro lado, los colegios completamente privados, al estar sólo al alcance de economías sólidas, han añadido a sus valores educativos netos el componente social. Nos podemos reír de eso; pero es muy lógico que los padres, que quieren para sus hijos lo mejor en todo, si tienen la posibilidad de procurarles las mejores compañías, lo hagan. El cheque escolar, esto es, dar a la familia el dinero que cuesta escolarizar a cada hijo para que ellos decidan con plena libertad dónde llevarlo, desactivaría inmediatamente el factor socio-económico en la elección de centro. A la vez quitaría de golpe el sambenito a la pública de coche escoba. Si además se permitiese a cada institución desarrollar libremente su ideario y su personalidad, la enseñanza pública, neutral en lo ideológico, atraería a los padres que no comulgasen con cosmovisiones más particulares. Y la última gran ventaja: los políticos podrían llevar a sus hijos a los colegios que quisieran, que es siempre lo deseable, sin escorzos cínicos y sin traicionar al pueblo que les vota.
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