La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
HOY está convocada una huelga de estudiantes. Si le profetizo un inmenso éxito de convocatoria, asumo un riesgo, por supuesto, pero poco. ¿Se deberá a lo caldeados que están los ánimos por la falta de calefacción, dicen, en Valencia? ¿Al etéreo propósito de Wert de reformar la educación? ¿A la reforma laboral? ¿Al espantajo de la derecha, la derecha? Sin desmerecer de los nobles ideales de cada cual, el éxito de esta huelga de estudiantes se deberá, más que nada, al mismo motivo por el que todas las huelgas de estudiantes son un éxito, incluso aquellas que se montan sobre un vago rumor inconcreto.
Ponerse en huelga, para los estudiantes, es sencillísimo: no pierden un día de salario ni ponen en mínimo riesgo su plaza. Algunos alumnos se encuentran con un día de vacaciones y otros, en muchos casos, ganan un día de estudio en casa más intenso. Por eso, los obreros que se manifestaban en el 68 francés miraban con tanto desdén como extrañeza a esos estudiantes que se les unían tan contentos. Reconozco que hay excepciones, pero esas excepciones me reconocerán que lo que digo es generalmente cierto.
No quiero decir con esto que esté en contra de que los alumnos se pongan en huelga. Ni mucho menos. La huelga es un derecho fundamental y, además, a las de alumnos les veo específicas ventajas pedagógicas y sociales. Para el profesor que, como yo, ha de explicar ese derecho constitucional, se pueden considerar como unas cualificadas prácticas de clase. Y socialmente una huelga sirve para que los alumnos menos interesados por el curso de los acontecimientos públicos, hagan un esfuerzo por enterarse de qué va esto y por qué ellos no van a ir a clase, y tomen partido.
Me parece tan bien el derecho a la huelga de los estudiantes que soy partidario de perfeccionarlo. Habría que tratar de que tuviesen que realizar algún esfuerzo económico si quieren ponerse en huelga. Por desgracia, sólo se valora lo que cuesta. Sería interesante que se les restase de sus becas una parte proporcional a los días de huelga, como se hace con los trabajadores. Y que a los no becados se les impusiera una pequeña tasa simbólica. Dinero que podría reinvertirse en la Educación.
Qué bien entenderían los alumnos entonces la importancia de su gesto reivindicativo, y sopesarían más sus razones para movilizarse y, sobre todo, se evitaría que, aprovechándose de las querencias naturales de los adolescentes, tan comprensibles, se les use de carne de cañón para cualquier movida. Dicho lo cual, que mis alumnos, esos que hoy no tendré en clase, aprovechen y aprendan. La huelga, aviso, es pregunta segura de examen.
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