Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
de poco un todo
Al menos eso sí habrá perdido en estas elecciones autonómicas. Aunque esta noche todos dijesen, como suelen, que han ganado, la ilusión, en líneas generales, ha brillado por su ausencia. O al menos durante toda la campaña, por dejar la salvedad de que hoy, tras la jornada de reflexión, la gente se levante presa de un entusiasmo inaudito y frenético por votar. Pero hasta ahora el ambiente no ha sido de "fiesta de la democracia", precisamente. Teniendo en cuenta que por fin las elecciones andaluzas se celebran separadas de las nacionales, la tentación primera es pensar que esa falta de pasión se debe a que no terminamos de creernos del todo el Estado de las Autonomías. El pescado político se vende en la capital, pensamos. Y aquí no somos originales: resulta muy común que el nivel de participación sea menor en las elecciones regionales en toda España. Pero no es exacto achacar todo el desencanto de estas elecciones al centralismo numantino de los españoles. Ni tampoco es racional. Estamos extremadamente descentralizados y es mucho lo que los andaluces nos jugamos en estas elecciones. Lo sabemos. Hay, por tanto, otros factores de peso en la astenia primaveral que se ha palpado durante la campaña. Para empezar, los hechos desnudos que se han puesto sobre la mesa: la corrupción y la crisis. Razones de sobra para indignarnos y preocuparnos, pero no para ilusionarnos. Luego, las alternativas. El más de lo mismo que es el PSOE podría seducir, por supuesto, si lo mismo que tenemos encima no fuese más de lo que podemos aguantar. Y el cambio que propone el PP resulta muy poco cambio una vez que ya gobiernan en Madrid. Además, ninguno de los dos candidatos es una sorpresa. Los otros partidos, IU, PA y UPyD tampoco han conseguido vencer la apatía reinante. Nadie ha resultado tener un tirón espectacular. No todo es culpa de los líderes. Hacía falta mucho carisma para vencer un desencanto político-económico tan expandido. La salida de Zapatero provocó una oleada de esperanza de la que, a día de hoy, queda la espuma. Se pensaba (o alentaba en el subconsciente) que saliendo el hombre de los brotes verdes falsos vendrían los brotes verdes verdaderos. Pero aquí seguimos con la sequía. Es lógico, porque de las crisis no se sale por arte de magia; aunque ha creado, creo, una decepción con la política por su falta de poderes encantatorios: nada por aquí, nada por allá. Con las naturales excepciones, ésta es la situación anímica en la que acudimos a las urnas. No me parece mal, pues no se debe votar a golpe de ilusión, sino de voluntad política. Probablemente hoy no será la fiesta de la democracia, como se decía antes, pero nos vale con que sea un día laborable en que la democracia funcione y el gobierno que salga (sea el que sea) funcione. Si no nos ilusionamos mucho, nos ahorramos el trabajo de desilusionarnos. Y eso, al menos, habremos ganado.
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