Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
de poco un todo
Un bochorno mío es ir pasando por bueno cuando eso es más que discutible y acaba en decepción. Me ocurre a menudo en la literatura, donde, de mi evidente condición de escritor confesional y católico convencido, deduce la gente, incluso la más agnóstica, mi bondad personal (no la estilística), lo que es mucho deducir. Y me ocurre en las cenas de amigos, cuando peleo como gato panza arriba por no sentarnos los hombres por un lado y las mujeres por otro. Tengo algún aliado, pero perdemos. La mayoría dice que para estar con sus maridos o mujeres ya tienen todos los días y que, para una vez que salen, preferirían descansar. Yo insisto en sentarme cerca de mi mujer, aunque no pegados. Casi nunca me hacen caso, pero quedo como un amantísimo marido.
Error. Supongo que mis amigos y amigas se pasan las tardes la mar de amarteladitos. En casa, yo leo en silencio todo lo que puedo, y el resto del tiempo cambiamos niños, los paseamos, los bañamos, los dormimos, los medicamos, los despertamos, nos vamos al trabajo, volvemos y vuelta a empezar. En los intersticios, hacemos cuentas. Si cuando salimos una noche queremos estar cerca es por la novedad. Descargada mi conciencia, diré que también es por puro egoísmo. En la variedad está el gusto y esas charlas de hombres con hombres son un tostón sólo comparable a esas charlas de mujeres con mujeres. Siguiendo la querencia, si no consigo otra cosa, me siento cerca de la línea divisoria, y el otro día pude comprobar que mientras los hombres echamos la cena entera concentrados en la crisis económica, las mujeres se la pasaron entera hablando de las crisis matrimoniales. La mezcla hubiese moderado esos extremos, avivado los ingenios, dado juego a los atractivos y multiplicado los temas de conversación. Si hay alguien que recuerda en este momento que soy partidario de la educación diferenciada, y cree que estoy siendo incoherente, es que no me expliqué. La defiendo exactamente por las mismas razones por las que prefiero las distraidísimas conversaciones mixtas. Por supuesto, hay algo todavía peor que las cenas diferenciadas, que son las atomizadas, cuando se montan cuatro o cinco conversaciones y se renuncia desde el principio al reto de mantener en el aire -como en malabares- una sola conversación general. Entonces siempre recuerdo con melancolía a la España autonómica. Cada cual en su esquina, con tal de llevar la voz cantante, es capaz de reventar la maravilla sinfónica de diez o doce amigos concertando juntos un tema fluctuante, pero uno, de tertulia. Y no lo digo, ojo, con el afán de hacerme yo con el uso de la palabra. Igual que soy grafómano, lo reconozco, en las conversaciones prefiero oír a todos los demás, cuando se puede. Ya puestos a hablar de crisis habría que considerar también otra tremenda: la de urbanidad. No nos damos cuenta, y poco a poco estamos todos cada día más sordos y gritones.
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