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Alberto González Troyano
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TRIBUNA LIBRE
DENTRO de unos meses, cuando los eventos del Bicentenario se encuentren en su punto de ebullición, celebraremos en nuestra ciudad el II congreso sobre Patrimonio Industrial de Andalucía. Un congreso más entre los muchos que ya se celebraron en Cádiz y que a un profano en el asunto le sonará a poco, incluso podría llegar a pensar en la aparente contradicción que tienen esas dos palabras para formar un concepto asociado a la actividad cultural, puesto que la primera suele vincularse a la conservación y a la herencia, y, en cambio, la segunda va profundamente ligada a la transformación, a la innovación y al cambio.
También se preguntaría el ciudadano de a pie, poco avezado en esto de los nuevos campos de la cultura, qué tendrá que ver el Patrimonio Industrial con Andalucía, imagen para muchos en España del mundo agrario más profundo y del atraso tecnológico. Sin embargo, y como un ejemplo más del falso tópico que desde el siglo XIX envuelve nuestra tierra, la industria en Andalucía tuvo tanto nivel de desarrollo como en el País Vasco o Cataluña, por poner unas regiones que siempre han sido catalogadas como las más industrializadas del país, y ello tuvo como consecuencia que el patrimonio de infraestructuras industriales en Andalucía sea hoy tan rico como en esas regiones del norte, aunque a diferencia de ellas, nosotros, los andaluces, hemos dejado que todo ese legado, reflejo de nuestro pasado inmediato, se deteriore, se abandone, y en la mayoría de los casos se pierda irremediablemente.
El II Congreso sobre el Patrimonio Industrial de Andalucía consiste en eso, en recuperar el tiempo perdido, en explicarle a los gaditanos y andaluces que no debe pasar ni un minuto mas viendo como desaparecen instalaciones relacionadas con nuestro pasado industrial, ya sea minero, marítimo, o agrario. También se hablará en el congreso de la necesidad de reconocer el valor arquitectónico de nuestros edificios industriales abandonados y, como no, de retener para las generaciones futuras las técnicas de trabajos hoy olvidados o las nuevas formas de relación social nacidas al cobijo de la revolución industrial.
De todo eso, afortunadamente, aun quedan muchos ejemplos en nuestra región y en nuestro entorno más inmediato. Sólo en la Bahía, podemos aún disfrutar de muestras de nuestro pasado industrial, representativas de casi todas las actividades productivas. Así, desde molinos de mareas asociados a la actividad harinera, a venerables fábricas tabaqueras, encontramos en las ciudades del la comarca los ejemplos más variados de instalaciones históricas relacionadas con la industria agroalimentaria, donde destacan sobre las demás los complejos bodegueros vinculados a la industria del vino o las enormes extensiones costeras dedicadas a la industria salinera.
Qué decir del sector del metal, donde aun podemos observar restos de las edificaciones de los frustrados Altos Hornos del entorno del Trocadero o las casi intactas y espectaculares instalaciones del sector naval, con ejemplos centenarios en Cádiz, San Fernando y Puerto Real, y que repartieron y reparten su actividad entre el mundo civil y el militar, porque dentro de nuestro pasado industrial seria injusto olvidar el papel vital desarrollado por este sector en el avance de la industria en la Bahía. Y como muestra un botón: la primera maquina de vapor instalada en España, funcionó en un recinto militar durante el último tercio del siglo XVIII, el Arsenal de la Carraca.
El sector del transporte nos reserva ejemplos tangibles y visibles como las estaciones ferroviarias de principios del siglo pasado e intangibles, pero frescos aun en la memoria de los ciudadanos del entorno, como la vieja fábrica Ford en Cádiz o las instalaciones de la olvidada "Aeronáutica" en la misma ciudad, que parió, antes de desaparecer, contemporáneos hijos "aeroespaciales" en Puerto Real y El Puerto de Santa María.
El sector de la Energía nos sorprende con dos ejemplos espectaculares: las torres de la luz de Puntales y Matagorda, dos piezas emblemáticas de la denominada arquitectura del hierro, un movimiento que intentó unificar los nuevos materiales constructivos con la belleza de las formas, y que además de estas torres dejó en nuestras ciudades hermosas muestras de elementos vinculados al mobiliario urbano (templetes, quioscos, merenderos) asociados al sector de los servicios, y que afortunadamente aun pueden disfrutarse en casi todas las localidades de la Bahía.
No podemos olvidar en este somero viaje a nuestro pasado industrial los ritmos constantes de las imprentas que envolvían algunas de nuestras calles. De esas complejas máquinas, todavía podemos observar algunos magníficos originales en las instalaciones municipales de Cádiz, que recogen el legado del antiguo taller litográfico Müller.
Y Si todo esto es Patrimonio Industrial, y todo se encuentra en el limitado espacio de la Bahía de Cádiz, ¿se imaginan lo que hay en el resto de nuestra provincia y de nuestra región?... Pues a defender todo ello nos dedicaremos, durante tres días, unos cuantos especialistas apasionados por esta parte de nuestro pasado.
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