Enrique / García-Máiquez

Divorcios por doquier

DE POCO UN TODO

16 de mayo 2012 - 01:00

AITANA Alberti, recién llegada de Cuba a principios de los ochenta, comentaba a mi padre, asombrada, la cantidad de matrimonios de toda la vida que encontraba en España: "Allá todas las parejas son de segundas o terceras nupcias". Yo, que la oía, pensé: "Todo se andará". Aquí el índice de divorcios ya está por las nubes, como la prima de riesgo. Se frenó los primeros años de la crisis, pero, con las dificultades para la convivencia que engendran las dificultades y la convivencia, se ha vuelto a disparar.

A menudo los socialistas se ríen de los populares recordándoles que votaron contra la ley del divorcio y que ahora se divorcian como locos. Éstos deberían replicar que justo por eso votaron "no": cuando algo es legal, acaba legitimado. Pero no dirán ni mu. Hacen muy bien los socialistas, pues, en reírse. También me reía yo, hace años, en esta página, a propósito del divorcio, considerando cómo sostiene a miles de abogados, dispara la venta de descapotables, revitaliza el alquiler de pisos, anima la inscripción a gimnasios e incrementa, al final, la natalidad.

Con la crisis, sin embargo, ya no estamos para risitas. Además la cosa es seria, tanto en sufrimiento personal y de los hijos como en angustias económicas. Tampoco puedo ponerme aquí muy severo recomendando a nadie que se lo piense mejor o se dé una segunda oportunidad, que merece la pena, como si no fuésemos todos más o menos mayorcitos.

Sólo quiero aprovechar el artículo para decir egoístamente dos cosas que me afectan como amigo de algunas parejas que se rompen. La primera es que yo no juzgo a nadie. Como soy católico, apostólico y romano y, por tanto, partidario de la indisolubilidad del matrimonio, los divorciados tienden a ver en mis ojos una firme condena personal que no existe en absoluto. Ya tengo bastante yo conmigo mismo; y, precisamente porque creo en Dios, Juez Supremo, no invadiré nunca sus competencias jurisdiccionales.

Ni juez, ni tampoco defensor de parte. El segundo aviso es que procuro mantener no sólo la no beligerancia, sino una puntillosa neutralidad. Chamfort me ha chafado, sin embargo, porque hablando de la enemistad entre nuestros amigos explica el aforista francés que hay un efecto óptico, aplicable igualmente entre personas, por el que la fuente que está en el centro de un estanque se ve siempre más cercana a la otra orilla. Vaya: ¡tanto milimetrarme las equidistancias, y ahora viene un efecto óptico a confundirlo todo! Pero ni así me quejo. De todos los afectados por una ruptura, los antiguos amigos somos los que menos motivos tenemos -aunque también los tengamos- para lamentarnos.

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