La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
DE POCO UN TODO
LLEVO veinte años presumiendo -la vanidad es boba y se repite- de que vi enseguida que los móviles eran la pera. En los primeros años, se puso de moda echar pestes de ellos, ¿recuerdan? Los campeones fueron Antonio Burgos y Alfonso Ussía, petronios patrios. Yo, tan joven, les seguía con interés, pero no pasé por lo del móvil. Aunque no tenía uno, influenciado por mi fascinación infantil por los walkie-talkies, los veía maravillosos. El tiempo me ha dado la razón, y ahora lo cuento cada dos por tres. Qué remedio: por entonces no escribía en los periódicos, de modo que, en las hemerotecas que recogen la indignación de la burgoussía, no queda huella alguna de mi opinión.
Para que no me pase lo mismo, voy a echar ahora mi cuarto a espadas contemporáneas. Se dice hoy por todas partes que las redes sociales nos acercan a los que están lejos y nos alejan de los que están cerca y que son, por tanto, un peligro para nuestras relaciones personales. Qué va. Esas posturas suponen que entre los visitantes de tu blog o entre tus seguidores de Twitter abundan aborígenes del otro hemisferio y gentes de lejanos continentes. Menos lobos, Caperucita. Nuestros seguidores son en su inmensa mayoría nuestros parientes y un puñado de amigos fieles.
Lo que viene muy bien. Las redes anudan las relaciones personales. El contacto se hace constante. En los viejos tiempos, la mujer y el marido se reencontraban por las noches, ya cansados, sin ganas de hablar o sin fuerzas. Ahora, con los tuits, los sms y similares y los blogs, uno asiste en tiempo real a las efervescencias intelectuales de su cónyuge a lo largo del día y cuando llega la noche la conversación puede ser vivísima, porque trae carrerilla. Con los hijos, y más si estudian fuera, sucede lo mismo, me cuentan. Y con los amigos.
Cualquier tesis mía (¿ésta, por ejemplo?) suele sonarle rarísima a mi mujer de primeras, pero al explicarla en un artículo o en el blog, la defiendo mejor. Y si alguien la aplaude, ella se sorprende y la lee con otros ojos. Y si ocurre al revés, que los comentaristas me ponen como los trapos, mejor, porque se activa la solidaridad conyugal, tan dulce por dentro como feroz hacia fuera.
Por supuesto, hay unas normas mínimas de uso y de sentido común, como apagar los aparatitos de vez en cuando, no rebuscar por las redes antiguos novios o novias, vade retro!, no colgar muchas fotos, y tener abiertas tus páginas siempre a los tuyos. Con esos cuidados, las redes sociales son una herramienta extraordinaria para fortalecer las relaciones familiares. Aunque se diga y repita lo contrario, a la ocasión la pintan calva.
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