La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Recuerdo con claridad un gran "lebrillo lañado" que había en el jardín de la casa donde viví mis primeros veinte años, el lebrillo se había roto y estaba reparado con lañas. Algo mas borroso, sin embargo, tengo la imagen del artesano que colocaba las lañas, el lañador.
Este oficio era el de un artesano ambulante, que llevaba sus herramientas en una caja colgada al hombre y en el cualquier portal de una casa improvisaba su taller, la clientela acudía a su encuentro mientras iba pregonando su oficio por la calle, "el lañaooooor, se arreglan lebrillos, tinajas, palanganas". La laña es como una grapa, de hierro o cobre que se utiliza para unir las partes rotas de algún cacharro de cerámica (barro) o loza fina (porcelana). Se hacía un taladro en cada parte de la fisura y se introducía la grapa que una vez tensada volvía a componer y permitir su uso de la palangana de porcelana o del lebrillo de barro. Los agujeros se hacían con una broca fina y un berbiquí (taladro de mano) y se rellenaba con una especie de cemento rápido, que fabricaba en el momento, e iba introduciendo con una varilla, el cemento una vez fraguado soldaba la laña al barro impidiendo la salida del agua. Era una época en que no existían buenos pegamentos, el célebre" pegamento Imedio" no empezó a extender su uso hasta bien entrados los cincuenta del pasado siglo. Por supuesto que entonces resultaba más barato lañar el lebrillo que comprar uno nuevo. También recuerdo que el lañador solía arreglar los paraguas, enderezando las varillas o colocándole alguna nueva, por entonces prácticamente todos los paraguas estaban hechos a mano y venían de Galicia, no de China. La aparición de los plásticos y el desarrollo económico evidentemente dio al traste con esta profesión de la que muchos no habrán podido conocer ni su nombre.
De hojalata se fabricaban muchos de los cacharros utilizados en las antiguas cocinas y en las labores de la casa, los jarros del agua o de la leche, los barreños, incluso platos y cubiertos, palanganas y depósitos recoge-aguas, jarrones, etc. Hoy solo vemos la hojalata en las "latas de conserva" y en algún molde antiguo para hacer bizcochos. Para reparar estos útiles existía el hojalatero, que se conocía popularmente como "el latero". Este otro artesano ambulante también solía llevar sus herramientas en una caja de madera que colgaba mediante una correa de cuero del hombro y en la mano portaba un anafe con un asa grande de alambre donde calentaba los soldadores de cobre. Su trabajo consistía en tapar con estaño los agujeros que tuvieran los cacharros y para ello utilizaba una lima y acido clorhídrico diluido para limpiar los alrededores del agujero y un soldador con la cabeza de cobre al rojo vivo (calentado en el anafe), para extender el estaño que llevaba en una barrita.
El buen "hojalatero", tenía su propio taller, en donde más que reparar se fabricaban muy diferentes utensilios para usos muy diversos desde jarrillos para el agua a complicados artilugios para hacer churros, vertedores para las tiendas de ultramarinos, baños para fregar o lavarse, faroles, alcuzas, cántaras para leche, etc. En Chiclana eran proveedores importantes de las bodegas, en sus talleres fabricaban las jarras, embudos, canoas, bombillos y todo lo necesario para el trasiego del vino, por lo que no no solo cuidaban la forma del cacharro sino su capacidad, pues eran utensilios que servían para medir con exactitud, la arroba, media o cuarta o bien las medidas del litro, medio y cuarto, por eso el hojalatero entendía de resolver complicados problemas geométricos, trabajando al milímetro y desarrollando figuras complicadas, partiendo de una lámina plana de hojalata. Mas de un taller de hojalatería, había en nuestra ciudad, yo recuerdo el que estaba en la calle corredera, junto al Hospital del niño Jesús y me parece que se llamaba el dueño Enrique que era hermano de Ambrosio Martínez, este a su vez fue el primer fontanero de Chiclana y tenía el taller en la calle Álamo .
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