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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
de poco un todo
EL que no te invita a un almuerzo te regala una tarde. Y si no te requieren para una súper fiesta, te regalan, como el que no quiere la cosa, el día siguiente entero o, como mínimo, su mañana y un ahorro en alka-seltzers. Cualquier no-invitación, además, aligera tu conciencia, pues al final siempre lamentas alguna metedura de pata o, al revés, la contestación oportuna que no se te ocurrió. A lo que hay que sumar, con la que está cayendo, el ahorro del regalo, si era un invitación-invitación, o de la parte alícuota de la cuenta, si era una invitación-a-sumarte. Te dan ganas de ir a quien no te invitó y pegarle un abrazo, agradecido. Lo haría… si no fuese porque es algo que la gente suele tomarse a mal, encima.
Estos artículos preocupan mucho a mi mujer, que cree que estoy arruinando nuestra vida social. Una vez escribí algo sobre las celebraciones de bodas y me dijo: "Pues, ea, ya no iremos a ninguna nunca". ¡Qué buena es! Se cree que nuestros amigos me leen atentamente. Da gusto estar casado con alguien que le da tanta importancia a lo que hago. Y además esto no lo escribo para los viejos amigos, inmunizados a mis opiniones, sino para los que no me invitan, y para que perseveren tranquilamente, sin una sombra de remordimiento.
A los no-invitadores yo les entiendo a la perfección: la vida no es como las redes sociales, donde se van sumando amigos hasta el infinito y más allá. Hay límites de espacio y de tiempo. Y yo, en concreto, lo que tengo que decir, ya lo digo aquí, y mejor, sin tartamudeos ni interrupciones (aunque a veces ni aquí, si ya lo han dicho otros, como, por ejemplo, la tristeza que produce la sentencia del Tribunal Constitucional validando a Sortu). No se puede invitar a todos, así que por qué a mí.
Estas situaciones, antes, yo las remataba con la frase de Oscar Wilde: "Sólo hay una cosa peor que ser invitado a una fiesta: no ser invitado". Es ingeniosa y retrata bien ambos fastidios machihembrados, uno y otro. Pero con los años he elaborado una versión propia: "Sólo hay una cosa mejor que ser invitado, que no te inviten". De manera (y esto espero que consuele a mi mujer) que agradezco muchísimo cada invitación, ¡qué detalle!, y más lo otro.
Eso sí, a quien no me invita le rogaría que no me guarde rencor. Ya se sabe que quien te hace un feo no te lo perdona jamás. Por lo visto, eso es irremediable, y no se puede luchar contra las fuerzas de la naturaleza (humana); pero déjenme insistir -sin un atisbo de ironía- en que no invitarme a algo no es hacerme un feo. Quizá una asignatura pendiente de los andaluces sea aprender, como enseñaba Josep Pla, que hay amigos, conocidos y saludados, y que son círculos muy dignos los tres, y que no hay que irritarse por no ser el íntimo de todos ni hay que pretenderlo en ninguno de sus dos sentidos. El secreto de una vida social feliz es saber dónde se está. Y en que te dejen estar.
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