Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
DE POCO UN TODO
DE todo lo que he leído al deslumbrante Millôr Fernandes, nada me sorprendió tanto como el siguiente aforismo: "Estuve haciendo cuentas. De todo lo que fui ganando en la vida, el Gobierno me tomó el 50% en impuestos, tasas, emolumentos, importes, costes, fletes, multas, sellos, tributos, capitalizaciones, valores añadidos, aduanas, ibis, quintos, alcabalas, diezmos, gabelas, intereses, compensaciones, peajes, plusvalías, billetes de autobús, providencias, honorarios, retiros, rescates, comisiones, foros, corretajes, ayudas internacionales, homenajes, conmemoraciones y extorsión pura y simple". Como se habrán dado cuenta, mi sorpresa se debe al increíble optimismo de Millôr: ¿sólo el cincuenta por ciento?
Quizá tanto optimismo responde a que, nacido en 1923, vivió épocas mejores y estaba sacando una media. Porque sobre el futuro de los impuestos, se ve que lo veía venir: "¿Por qué no saldrá a Bolsa el Impuesto de la Renta? Desde que tengo conciencia, no para de subir". Chesterton tampoco se queda corto: "Un ciudadano a duras penas puede distinguir entre un impuesto y una multa, exceptuando el hecho de que la multa suele ser más liviana".
Son citas que me vienen a la memoria mientras observo cómo el Gobierno se apresta a incumplir otra más de sus promesas, y remata la subida del IVA. No sé por dónde debe de ir ya la presión fiscal, pero como mínimo a la altura de nuestra presión arterial. Nos suben los impuestos a la vez que nos bajan los sueldos, con el mismo movimiento -uno arriba y otro abajo, nosotros en medio- que dos hojas de tijera.
Hasta Draghi, famoso por su inmovilidad, ha salido de su quietismo para dar un toque a los gobiernos europeos: "Hay que tener cuidado con el impacto sobre el crecimiento de las subidas de impuestos". Y tanto: esto es la consunción del consumo. Añade que la subida de impuestos es "lo último que se tiene que hacer". Lo último. Dan ganas de aclamarlo por las calles. Antes habría que reducir el gasto, sigue Draghi. El gasto superfluo: el estructural, el de las televisiones, el de las subvenciones políticas -preciso yo-, por si entienden que es el de los servicios esenciales, que aquí ya nos conocemos.
Pero de Draghi los políticos no quieren consejos, sino que inyecte pasta a toda costa para seguir sin buscarle los cinco pies al gasto. Así que nosotros seguiremos leyendo a Millôr Fernandes, que a estas alturas ha perdido todo el optimismo: "Cuando veo esos ministros con sus planes, esos sabios y sus discursos, esos tecnólogos y sus ideologías, concluyo; nunca se gastó tanto talento y tanto dinero para llevar a un país a la bancarrota".
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