Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
DE POCO UN TODO
QUIZÁ alguien haya notado que llevaba muchos meses sin hablar de mis perros, que tan protagonistas fueron de algunos artículos míos. Quizá lo atribuyese a que la llegada de los niños había desplazado a los canes, príncipes destronados. Y no sabe hasta qué punto, al menos en lo referente a Carbón, eso ha sido cierto.
A Carbón, fox-terrier de pelo liso y rabo largo, nos lo trajeron, como su nombre indica, los Reyes Magos en casa de mi suegra, sin que lo hubiésemos pedido. Fue toda una sorpresa. Luego le cogimos mucho cariño y él a nosotros. Era un perro bueno; aunque, fiel a su raza, de un nerviosismo que rozaba la hiperactividad. Hace un año, mordió a mi hija en la cara. Fue sin malas pulgas, defendiéndose de un tirón de rabo, pero le hizo una herida profunda, que pudo ser peor, si tenemos en cuenta la boca afilada de los fox-terriers. Decidimos vigilarlo, y no se quitaba de en medio cuando aparecían los niños, como sí hace nuestra perra Pukka, mucho más prudente, sino que se metía entre sus piernas. Cuando lo pisaban o le tiraban de las orejas, amagaba un mordisco, como si todos fuesen miembros de una misma manada. Nos aconsejaron deshacernos de él, pero no quisimos ampararnos en el eufemismo y le buscamos otra casa. Le encontramos un cortijo precioso.
Yo soñaba con que hiciera, como Jaime Gil de Biedma, vida de château o de rentista o de noble arruinado, o sea, largos paseos entre los encinares, corretear alguna liebre, tomar el sol a la vera de un muro encalado, ladrar un poco a la luna llena... Sin embargo, el buen amigo que me hizo el favor de acoger a Carbón, ya me dijo que estaría en una perrera, haciendo vida de rehala, comiendo pan duro y estirando las patas de vez en cuando.
Durante este año y pico he tratado de buscarle otra casa, con menos hectáreas, pero con más comodidades. No lo logré. He tenido a Carbón sobre mi conciencia todos los días, y más cuando llovía o hacía frío. Me ha servido para aprenderme de memoria la cita del Conde de Maistre: "No sé lo que es la conciencia de un criminal, pero sé lo que es la conciencia de un hombre honrado, y es espantosa".
El domingo nos llamaron para decirnos que había muerto. El peso pasó de la conciencia al corazón. Recordé algo que escribí sobre el Paraíso: "En el Cielo, los más santos atesoran más recuerdos, y más vivos. Tan vivos, tan vivos que el perro de san Roque corretea por entre las piernas de los bienaventurados y alrededor de las rosaledas... revoloteando el rabo resucitado". Carbón me acompañará en el Purgatorio, me temo, con la fidelidad que siempre tuvo, y algún reproche. Me lo habré ganado.
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