Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
DE POCO UN TODO
YA se acercan implacables las navidades en que los funcionarios no tendremos paga. Se acercan impagables; y echamos cuentas que no salen, porque todo lo demás (impuestos e ipecés) sigue subiendo... Pero cuidado con quejarse, que está muy mal visto, sobre todo entre los funcionarios y los que aún mantienen un empleo fijo. De inmediato salta alguno, a veces incluso salta uno mismo, lo reconozco, y pone punto en boca muy serio: "No podemos quejarnos: cuántos están mucho peor que nosotros".
Sí; aunque quizá habría que plantearse más a fondo la cuestión. ¿No estará cundiendo un conformismo acomodaticio construido sobre la desgracia de los que están peor? Análogo al silencio de los corderos, el silencio de los solidarios, que por no afrentar a los que tienen más motivos de queja, vamos pasando por el aro, dóciles a la par que dignos.
Los que menos tienen pueden tener tan poco que ni fuerzas para quejarse, así que no estaría de más que el malestar social también lo expresásemos los que aún tenemos margen de maniobra y resuello para alzar algo la voz. Encima de que están peor, dejarles a ellos solos el trabajo duro y mal pagado de la protesta social puede rozar ya la explotación.
Por otra parte, nunca está de más hacer un poco de examen de conciencia. ¿No podría haber un trasfondo de pereza en ese atajar por lo sano todo movimiento de reivindicación y exigencia pública? Como efectivamente todavía podríamos estar peor, nos armamos de resignación, y aquí nos las den todas. Quejémonos con cierta autoironía y con piedad para los que se encuentran peor, sin disfrazar la desidia de respeto. El equilibrio entre la queja, la compasión y el agradecimiento es lo más difícil, pero es lo justo.
Las reglas elementales de la economía están a favor de la protesta. Porque es en la defensa de los intereses propios como el mercado acaba armonizando las fuerzas y produciendo el delicado equilibrio del interés general. A algunos no les gusta el mecanismo, pero es el que funciona con menos ineficacia. Si la clase media, porque otros lo están pasando fatal, siente mala conciencia de protestar y no defiende su nivel salarial y adquisitivo, lo que decae enseguida drásticamente es el consumo, y, por tanto, los servicios, la inversión y el trabajo. Se crea una cadena que golpea al final y más y de nuevo a los que menos tienen. Siendo siempre conscientes de que hay mucha gente que lo está pasando manifiestamente peor que nosotros, hay que quejarse. La resignación silenciosa sólo le viene bien a la clase política que, con el argumento de "vosotros estáis mejor que los demás", lo suyo no lo toca.
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