Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
De poco un todo
HAY asuntos más escandalosos, sí, como el follón catalán, pero yo tengo la ambición de que esta columna sea de utilidad social y preste un servicio público, aunque humilde. Por eso no me queda más remedio que adelantarme a los acontecimientos, ahora que se estarán comprando los pertrechos para la cabalgata de Reyes y pedir encarecidamente que, aunque salgan más caros, los caramelos sean de goma.
El año pasado eran piedras. La sensación angustiosa de estar bajo una lluvia infernal de granizos de vivos colores lanzados a toda potencia por unos pajes furiosos y estresados no se la deseo a nadie. Por suerte, hizo mal tiempo y llevaba un providencial paraguas, bajo el que pude guarecer a mi familia. No quiero ni pensar que este año haga bueno.
Yo lo entiendo todo. Sé que los caramelos clásicos, los pétreos, suelen ser más económicos que las gominolas, y que las arcas públicas no están para virguerías. También supongo que detrás de esa lluvia incesante de caramelos se esconden razones de orden público. Hay que tirar las suficientes cantidades de golosinas como para evitar que el navideño público familiar se pelee por llevarse a casa su puñado del botín. Las ansiedades se evitan con cantidades ingentes, lo que hace que haya que comprar mucho, y por tanto, que vuelva a plantearse la cuestión del precio. También comprendo que los pajes lancen los caramelos a toda potencia: no quieren que el respetable se apelotone histérico bajo las carrozas, y para evitarlo, esparcen los caramelos a distancias exorbitantes, para lo que han de emplearse a fondo.
El problema es que esos caramelos tan sólidos caen como cantos rodados, como pelúos, como proyectiles. Desde mi punto de vista, si el Ayuntamiento no puede ahorrar en sueldos políticos o en gastos de representación o en guardaespaldas, se impone optar. ¿Qué prefiere usted, que le salten un ojo o le abollen la cabeza con un caramelazo o recibir un rasguño o dos mordiscos de alguna dulce abuela que se lanza al suelo a por unas gominolas para su rechoncho nieto? Yo prefiero a la abuela, por la sencilla razón de que si la veo muy peligrosa siempre puedo no meterme en la melé. En cambio, ¿dónde esconderse del furioso lanzamiento de caramelos? Y evitaríamos así el muy deprimente espectáculo de los camiones de basura recogiendo, tras las carrozas, paletadas de caramelos. Mi voto está claro: menos cantidad, pero de goma, por favor.
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