El microscopio
Un lío de nombres
de todo un poco
CON ese gusto por las rivalidades cerriles tan ibérico, yo era seguidor de los Reyes Magos. A los fans de Papá Noel los mirábamos como a especies invasoras en nuestro ecosistema cultural. Cuando empezaron a ponerlos en los balcones, vimos la exacta imagen de un ladrón entrando a destiempo y a traición en los hogares.
Y en ésas voy y me enamoro, a lo Montesco, de una joven cuya familia, a lo Capuleto, espera con una gran parafernalia la llegada del gran hombre de las nieves. Me encontré de la noche (buena) a la mañana (de Navidad) enredado entre calcetines. Todo un choque frontal. Y, como era de esperar, mi punto de vista ha cambiado.
Cualquier tradición merece respeto, pues los padres la han transmitido con cariño y el tiempo le ha dado una pátina. Además, el pobre Papá Noel ya lo tiene bastante crudo frente a los Reyes Magos, no tanto porque sea uno contra tres, como porque los Reyes vienen después, lo cual, en materia de ilusión, no tiene precio: el tesoro es la espera. Además, los niños son ceremoniosos y legitimistas, y donde se ponga un rey, que se les quite un Tío Sam jovial y colorado, que dice: "Ho, ho, ho". ¿Qué puede hacer frente al "Oh, oh y oh" de los Reyes? La diferencia es la misma que existe, precisamente, entre un calcetín, siempre sospechoso, y un brillante zapatito. Natural que Papá Noel vaya quedando como un previo paje exótico o, mejor dicho, como el director comercial de la compañía de los Reyes. Es el eslabón más débil y, además, el de la familia de mi mujer. Por tanto, yo, presa de un incurable romanticismo, le voy tomando cariño.
No hay que fomentar rivalidades, sino crear sinergias. Papá Noel puede muy bien traer algún detalle que acompañe y simbolice la alegría del gran Regalo que es el nacimiento de Jesús y, si lo hace con ese espíritu, bien podemos darle el título de nobleza de Santa Claus; y dejar otros regalos para la epifanía y sus Majestades de Oriente. Las ventajas son múltiples: se queda bien con las dos familias, que es Navidad; se pueden repartir los presentes, que demasiados regalos de golpe aturullan y empalagan a los niños; se les educa de paso en el multiculturalismo, que lo tienen encima; y, por último, aprenden que todas las tradiciones merecen un respeto y los ancianos un cariño y una veneración ligeramente irónica. Un poco de Papá Noel no hace daño. Ya pasó y fue generoso y amable. Y ahora, ¡a esperar a los Reyes!
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