El pinsapar
Enrique Montiel
Uno por uno
De poco un todo
SE acaba el año y, para acompañarlo en el sentimiento, pienso en postrimerías. Ejerció sobre mi niñez un raro magnetismo El último mohicano, la novela de James Fenimore Cooper. No era tanto la historia, como cuanto el título sugería. El pasado -avisa Ramón Eder- es imprevisible, y aquella fascinación infantil resultó profética. Cualquier generación ve morir muchas cosas; sin embargo, a la nuestra le ha tocado el papel de último mohicano más que a ninguna.
No sólo de la mili, últimos reclutas, que parece una anécdota, pero tiene hondas implicaciones políticas. También somos la última generación analógica de la Humanidad, que se dice pronto. Aunque hemos cruzado la frontera digital con más o menos garbo, la marca de una juventud de papel y pluma no se borra sin más.
Quién sabe el futuro que tendrán libros y periódicos. Muchos se lamentan del estado de la prensa, vapuleada por varias crisis superpuestas. Yo sugiero: "No es el final; y, si lo fuera, estamos teniendo el privilegio de escribir en este adictivo papel de periódico, y aun de ir sacando nuestros libros. Habernos visto publicados como los maestros es ya un timbre que nada nos podrá quitar".
Saben los que me leen cuánto me preocupa la silenciosa extinción de una clase social, la media, diezmada por la mala gestión pública y la voracidad recaudatoria. Es muchísimo más trágico el paro, desde luego, pero el declive del estrato que dio la mayoría de sus profesionales, intelectuales, artistas y creadores a España en los dos últimos siglos no es una nadería. El futuro parece ir hacia una opaca casta de millonarios procedentes de la política y la banca, sobre todo, y un inmenso proletariado de cuello blanco o azul, sin tiempo ni posibilidades para el cultivo propio ni holgura para el pensamiento, consumidores masivos de televisión, demagogia y best-sellers. La pérdida para toda la sociedad sería catastrófica.
Mas no olvidemos que en el título de El último mohicano va inherente la defensa romántica y hasta el último suspiro. Eso daba emoción a mis ensoñaciones de la infancia, y se la sigue dando ahora a todos estos frentes abiertos. Vendamos bien cara nuestra piel. El teclear de mis dedos resuena como el lejano tan-tan de un tambor. La melancolía del fin de año, según se acerca el día uno, se me va volviendo espíritu de lucha y de camaradería, de aventura y de voluntad de supervivencia. ¡Épico año nuevo a todos!
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