La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De poco un todo
ES una experiencia común. El lector, que sólo merece bienes, la habrá padecido injustamente. De golpe, todo empieza a ir mal. Todo. Uno se pregunta entonces si le habrá mirado un invidente parcial; pero enseguida aparta de un manotazo la superstición.
Porque hay una explicación racional, que es todavía peor. Falla algo tonto: buscas una llave, y eso, tan trivial, desencadena una cadena vertiginosa de causas y efectos cada vez más ruinosos: llegas tarde a una reunión, te ponen una multa de tráfico por tratar de remediarlo, no saludas -trastabillado- a alguien, que se ofende, ofendes a otro por un comentario precipitado, llegas a casa irritable y tu mujer se enfada, gritas a un niño, que, nervioso, duerme mal y tú con él, a la mañana siguiente no te hallas, tropiezas, te repites, no cargaste el móvil, el coche está en reserva, no llevas dinero en la cartera, olvidaste la tarjeta, el café arde y te preguntas cuándo acabará esto o, incluso, si acabará o ya estás atrapado irremediablemente en un laberinto infinito. Recuerdas la lejana llave y te extraña que, perdida y todo, te abriese la puerta a tal desbarajuste. Luego recuerdas que el aleteo de una mariposa puede organizar un huracán al otro extremo del Pacífico, y te echas a temblar. Necesitas tocar fondo.
Cuando me ocurría en la arrebatada adolescencia o en la despreocupada juventud, yo cogía un libro especialmente feliz (P. G. Wodehouse, por ejemplo) y me encerraba en mi cuarto a esperar que amainara. Rompía la cadena (al cuello) de la causalidad, y salía 24 horas después a un mundo nuevo, a volver a empezar. Ahora no podemos cerrar la puerta por dentro y dejar a la tormenta perfecta con un palmo de narices. Tenemos que ir a trabajar, que atender a los nuestros, que cumplir compromisos y que madrugar mañana. No podemos cortar por lo sano, lo que complica mucho el tratamiento.
No vengo sólo a lloriquear. Conviene entender bien esta dinámica diabólica en la que un abismo llama a otro abismo más hondo o, para no ponernos demasiado bíblicos, en que un batacazo precipita otro batacazo. Ha entrado en ella el Estado de España en pleno, incluyendo al Gobierno central, a los autonómicos y a las diversas instituciones. Empiezan a solaparse los desastres de todo tipo, gravísimos, medianos y simplemente idiotas, que también son desastrosos. Tenemos que tocar fondo ya, y sin encerrarse una temporada, ay, que no se puede.
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