Tenencia responsable o responsabilidad antes de la tenencia
Para vivir la cuaresma
Carta pastoral
Queridos fieles diocesanos: Al comenzar esta Santa Cuaresma nos ponemos en camino como peregrinos que se saben cuidados por el Buen Pastor que guía nuestra marcha, a veces a través del desierto o de la noche, pero conscientes de que "su vara y su cayado nos sosiegan" (Salmo 22). Efectivamente nuestro tiempo tan herido por el individualismo y la superficialidad camina, pero sin saber la meta. Nosotros, en cambio, "sabemos bien adónde vamos" (Himno de Laudes del tiempo cuaresmal). Nuestro origen es el amor de Dios y éste también es nuestra meta. El tiempo presente se nos da para que ese Amor nos vaya haciendo como Él: más divinos, más humanos "hasta llegar a la plenitud, a la estatura de Cristo" (Ef 4, 13). Esta estatura de Cristo es la caritas, que es como los cristianos llamamos al amor natural cuando es plenificado por la gracia sobrenatural del Espíritu Santo. De este modo, el cristiano madura, crece, en la medida en que ama con esta caritas. Lo mismo podríamos decir de la Iglesia en general, de nuestra diócesis o de nuestras parroquias o comunidades. El Santo Padre lo ha recordado hace poco en su Motu Propio sobre el Servicio de la Caridad en la Iglesia:
"El servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia; todos los fieles tienen el derecho y el deber de implicarse personalmente para vivir el mandamiento nuevo que Cristo nos dejó (cf. Jn 15, 12), brindando al hombre contemporáneo no sólo sustento material, sino también sosiego y cuidado del alma (cf. Carta enc. Deus caritas est, 28). Asimismo, la Iglesia está llamada a ejercer la diakonia de la caridad en su dimensión comunitaria, desde las pequeñas comunidades locales a las Iglesias particulares, hasta abarcar a la Iglesia universal".
Todos somos muy conscientes de que en las presentes circunstancias sociales la Iglesia está realizando una labor indiscutible de forma organizada y también a través de sus miembros individualmente. Justamente por ello esta Cuaresma puede ser la oportunidad de ir hasta el fondo de esa caridad tan llena de humanidad. Las personas no necesitan sólo de alimentos o ropa sino que demandan sobre todo de amor, y, en el fondo, requieren a Cristo. Podremos dar a Cristo a través de nuestro amor si vivimos pegados a Él por medio de la gracia santificante que recibimos en los sacramentos. Así dice el Motu Propio:
"Se ha de tener muy presente que la actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo. Por tanto, en la actividad caritativa, las numerosas organizaciones católicas no deben limitarse a una mera recogida o distribución de fondos, sino que deben prestar siempre especial atención a la persona que se encuentra en situación de necesidad y llevar a cabo asimismo una preciosa función pedagógica en la comunidad cristiana, favoreciendo la educación a la solidaridad, al respeto y al amor según la lógica del Evangelio de Cristo. En efecto, en todos sus ámbitos, la actividad caritativa de la Iglesia debe evitar el riesgo de diluirse en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes".
Cómo me gustaría que la cuaresma de este año fuese en nuestra diócesis la Cuaresma de la Caridad. Deseo y os animo para que sea la Cuaresma en la que experimentemos, de nuevo, el Amor de Dios Padre a través del sacramento de la Reconciliación, preparado y vivido con gran profundidad. Os exhorto también para que viváis el tiempo sagrado en el que a través de los misterios de los días cuaresmales podamos ser renovados por el Espíritu del Amor, el Espíritu Santo. Esto son los días santos en los que al contemplar las imágenes de la Pasión del Señor podamos reconocer el Amor de Dios manifestado en su Hijo divino, Cristo Jesús. Vivamos, pues, una vida transformada por la Sagrada Comunión recibida cada domingo para poder comulgar el Gran Domingo de Resurrección renovados, liberados, llenos de alegría y de gracia. El mundo necesita esperanza, respirar buenas noticias, saber que la grandeza de la meta compensa la fatiga del camino, que no estamos solos, que el Buen Pastor va con nosotros. Ojalá estos días sirvan para ello mediante todos los medios que el Señor ha dejado a su Iglesia para transformarnos, los medios de santificación, los acostumbrados instrumentos de la limosna, el ayuno y la oración. Os invito a aprovechar también las Conferencias Cuaresmales que se ofrecen en tantas parroquias de la diócesis, que quieren ser una ayuda para la interiorización, el estímulo ilusionante de seguir al Señor como discípulos, la purificación del corazón, una verdadera oxigenación de la vida cristiana.
Yo también recibiré con vosotros la ceniza y con vosotros pediré con humildad esta renovación. Si nos diésemos cuenta de la ilusión que siente el Señor por nuestras vidas nada podría con nosotros. No dejemos pasar esta oportunidad habitual de la vida de la Iglesia para renovar a fondo nuestra pertenencia a Cristo, nuestra identificación con Él, en una palabra, nuestra fe, en el Año de la Fe.
Me parece necesario añadir también, como parte integrante de nuestro obrar cristiano en este tiempo de Cuaresma determinado por la reciente renuncia del Santo Padre Benedicto XVI, a expresar nuestra caridad fraterna en una oración de suplica más viva, que nos una fuertemente en el amor de Cristo y nos haga más responsables de la vida de la Iglesia. Os pido, por tanto, ofrecer el rezo del Santo Rosario, en comunidad o en privado, en familia, en grupo o a solas, por el Conclave y el nuevo pontífice que ha de pastorear en nombre de Cristo a la Iglesia de Dios, y por las necesidades de la Iglesia en esta nueva situación. Invito a todos, además, a hacer preces por ello en todas las Misas y momentos de adoración eucarística.
A María, la Virgen de la Soledad, pero también Madre de la Esperanza, la de la ternura maternal y del Amor, confiamos esta Cuaresma de la Caridad y con ella esperamos la Resurrección de su Hijo en nuestras vidas y un Nuevo Pentecostés en nuestra Iglesia diocesana.
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