La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Dónde está el listón de la vergüenza?
De poco un todo
EL Gobierno no viene dando muestras de un inmenso valor. Las negociaciones secretas con el nacionalismo catalán tienen un tufo a rendición vergonzante al chantaje que echa para atrás. Ha sido un bochorno caribeño eso de salir apoyando las demandas de transparencia de la oposición venezolana para -en cuanto Maduro levantó una ceja- inclinar la cerviz. Yo, que tanto me metí con Zapatero por echarse a los pies de los nacionalistas de aquí y de allá, no tengo más remedio que sobreponerme a la sorpresa y criticar al PP cuando hace de las mismas.
La cobardía deja en un ridículo instantáneo y pasa, más tarde, una hinchada factura. Ahora que está de moda retrotraerse a los años 30 nos sale solo recordar lo de Churchill a Chamberlain: "Usted cambió la honra por la paz, y ahora ni tenemos la honra ni tendremos la paz". En los casos citados, además del papelón que hacemos, lo pagaremos nosotros. Una ilustración del doble efecto de la cobardía tal y como lo señaló Churchill es el caso Gallardón y la reforma de la ley del aborto. Desmontar la ley Aído era una promesa electoral de aquel PP que ganó con mayoría absoluta. Enseguida, Gallardón salió muy gallardo e hizo una defensa encendida de los niños con discapacidad, a los que el aborto eugenésico condena en un acto de burda discriminación. Pero le llovieron las críticas y las amenazas, y se achicó.
Mientras no reformaba el aborto, el Gobierno ha estado sacando leyes de todo tipo, aunque mayormente de subidas de impuestos; y se ha seguido abortando por la ley de plazos de Aído (300 abortos diarios) y se sigue discriminando (diezmando) a los fetos con discapacidad. El retraso ha hecho que Rouco Valera confiese una profunda decepción con el Gobierno.
Al fin, por la presión de sus propias palabras y de su propio programa, el ministro de Justicia ha puesto en marcha la reforma, pero ya ha perdido la honra de actuar con la urgencia que exigían aquellos principios suyos tan bien expresados entonces; y ha perdido, además, la iniciativa política, lo que a él le dolerá más. De haber legislado en su momento, nadie le habría acusado de seguir el dictado de los obispos. Con sus reticencias, Gallardón ha dado pie a esa acusación falsa. Entre los pro-vida, tampoco tiene margen ya: si rápida, cualquier reforma nos habría parecido un hito histórico. Ahora, nos tememos un apaño. Así de negro es el destino que la vida depara a los cobardes.
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