La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
En román paladino
LObanal es lo trivial, lo común, lo insustancial. Parece lo propio de cualquier verano. Es a lo que se dedican las páginas frívolas que añaden los periódicos hasta el mes de septiembre y algunas televisiones todo el año.
En las pantallas gaditanas están exhibiendo ahora una película sobre una destacada filósofa judía y alemana que padeció el exilio y terminó enseñando en Estados Unidos -Hannah Arendt-. Se hizo famosa para el gran público cuando, tras asistir en Jerusalén al juicio del criminal nazi Eichmann, se descolgó con una visión muy personal criticando que se le juzgaba por lo que los judíos habían sufrido, no sobre lo que Eichmann había hecho. Tras el juicio, y pensando en Eichmann, desarrolló la teoría de la "banalidad del mal" que se puede resumir así: Era un funcionario nazi normal, corriente, cumplía órdenes, no cuestionaba nada, no pensaba con juicio propio y no se planteaba si lo que hacía -por horrible que fuese- era bueno o malo. Simplemente ejecutaba lo que venía de "arriba".
Cualquiera de nosotros -funcionarios, políticos, fiscales, literatos o normales lectores- podríamos escribir sobre el tablero de la mesa -del bar o de la casa- en la que se toma el café de la mañana decenas de ejemplos. Las cosas que han pasado con la corrupción urbanística en los ayuntamientos, con la vergonzosa degeneración de la democracia en el interior de los partidos políticos, o en la fatalmente llamada "cultura del pelotazo", en la selección endogámica del profesorado universitario, en el cínico comportamiento de oídos sordos continuos a las exigencias de responsabilidades políticas, en la descarada colocación de afines, en la doble vara de medir de lo propio y lo ajeno en los partidos o en los escandalosos amaños de los premios literarios han pasado delante de todos nosotros. Mutatis mutandis, porque no son crímenes contra la humanidad obviamente, representan la misma cantinela de la aceptación de unas prácticas y de un estado de cosas que no eran de ninguna manera aceptables y que han sido toleradas como normales cuando eran imperdonables.
La banalidad del mal a estas alturas se ha extendido a todas las esferas de la vida institucional y cotidiana y a nuestra ajada democracia sólo una regeneración intransigente, con ciudadanos críticos que sepan cumplir con su deber, la puede sacar de este estado.
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