Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
De poco un todo
La escalada de tensión alrededor de la Roca lleva, como quien dice, tres días, y aquí ya nos vence el cansancio. "¡Uf, qué jartura!", se escucha. Lo que, combinado con lo jartibles ("tireless") que son los británicos, no permite augurar nada bueno, o sea, nada nuevo. Sin tanto pasotismo y desmemoria, lo de Gibraltar, por el derecho internacional y desde nuestra dignidad como país, como socio europeo y aliado de Inglaterra, y sin entrar en comparaciones -más que odiosas, humillantes- con Hong Kong, sería para que echásemos, sin histerismos, muchas más ganas y algo de coraje, en los dos sentidos. En este asunto de compleja política, resulta muy iluminador el vídeo de "Karlos Pues", gaditano caletero, que puede verse por YouTube, con su doble llamamiento a la calma y a la indignación. Efectivamente, cabe que los gobernantes aprovechen el conflicto para despistar; pero "nos tocan la tierra, y el patriotismo tira mucho". Aunque no ignoremos que hay problemas acuciantes y mayores, lo cortés no quita lo valiente. Sin embargo, nos entra enseguida, uf, la desgana, y ni corteses ni valientes.
Peñón aparte, es un síntoma nacional. Cualquier tema nos cansa, menos el fútbol. Con Mourinho, aunque ya se fue, sí seguimos dale que te pego. Frente a la corrupción, la inepcia institucional, la rapacidad tributaria, el desmadre nacionalista…, reaccionamos a golpe de escándalo, pateo, griterío y rasgado de camisa, pero todo son fuegos fatuos, deflagraciones de barra de bar que duran dos telediarios. Esa indignación fugaz y el ritmo prediluviano de los tribunales hacen tenaza contra nuestra democracia.
Nos faltan, como nación y como sociedad, en política internacional y en política interna, temple, perseverancia y, sobre todo, amor propio. Y así no hay manera.
Cuando Costa, los regeneracionistas y algunos preclaros hombres del 98, ante la decadencia y el desánimo generalizado, suspiraban por un cirujano de hierro, quizá no pedían tanto un dictador como un líder sólido, con un programa nítido y resistente, no dúctil, gaseoso, desvaído, cansado… Uno, al menos. Pero eso es un mal menor. En cualquier país serio, se requiere una base amplia de personas corrientes con tesón, que no se desfonden, capaces de sostenella y hasta de no enmendalla, como en las viejos tiempos. Gibraltar, sin descuidar otros problemas más graves, es una ocasión única de probarnos capaces de enrocarnos en algo.
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