La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De poco un todo
TODAS las mañanas bajo a la playa con dos o tres libros, además de dos o tres niños (a veces se apunta algún sobrino, no es que no sepa cuántos tengo), toallas, sombrilla, cremas, mudas, sillitas, zumos, manguitos, cubos, moldes, rastrillos y palas. Desde que a mi mujer se le acabaron las vacaciones, cargo yo con todo. Algún amigo pregunta con candidez lo mismo que los enemigos con sorna: "¿Puedes leer?"
"No", les confieso. Porto los libros por la esperanza, que es lo último que se pierde. Mientras tanto, los libros acaban severamente vapuleados, pero en "Las horas solitarias", uno de los más hermosos himnos a la lectura que existen, Emilio Quintana cita algunos títulos leídos y en qué circunstancias y, entre otros, brilla "La caverna del humorismo en el Hotel/ Aguadulce de Almería: levante, playa, brisa,/ arena entre las páginas y protector solar/ pringando la portada..." Las hojas al sol se broncean y, al tiempo, se arrugan, como todos, pero, gracias a Quintana, ya no me entristece. Es ley de vida.
Además, los libros tienen otros papeles. En Amor en botella, uno de los que este agosto he paseado más, Antal Szerb observa: "Los libros son el más potente de los afrodisíacos, como se dieron cuenta de sobra Paolo y Francesca, y quizá también Abelardo y Eloísa". Y es verdad que en la playa ellos dan, um, bastante profundidad a las vistas más superficiales. Encima, el que baja con una tabla de surf ha de estar a tono con su complemento, pero si uno va con su librito, como todos saben que leer engorda, puede despreocuparse (algo) de su línea: tiene coartada. El verano pasado transportaba a un niño u otro en brazos y eso camuflaba perfectamente mi barriga mientras la criatura iba de lo más mullida. Este año, ay, mis hijos corren que se las pelan, yo troto detrás y, o los libros justifican mi curva de la felicidad, o derrapo.
Algún encanto han percibido ellos, aún analfabetos, en la literatura. Muchas mañanas rebuscan en casa y añaden un libro suyo de dibujos al kit playero. A la vuelta tengo que cargar con ésos también, pero me compensa por ver que van cogiendo onda, además de olas. Aunque yo no llevo mis libros por darles ejemplo, eh. Lo que se hace por dar ejemplo suena a hueco y lo da, por tanto, malo. Si sigo acarreando mi biblioteca abajo y arriba es, ya digo, por la esperanza que no pierdo (lo único que no pierdo en la playa) de leer un poco un rato algún día.
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