Rafael / Sánchez Saus

La Iglesia leprosa

Envío

EL papa Francisco nos alecciona día sí y otro también sobre la necesidad de una Iglesia pobre y de bajo coturno, humilde y lanar, pero no parece que la aspiración llegue al extremo poverista de desear una Iglesia leprosa, de la que todo el mundo se aparte, unos con repugnancia, otros por precaución. Muy al contrario. Sin embargo, justamente esa impresión, la de pertenecer a una comunidad maldita e innombrable, como no sea para la execración, es la que tenemos muchos católicos españoles a la vista del trato cotidiano que la Iglesia recibe desde todos los ángulos de los llamados con exceso de benevolencia medios de comunicación social, a menudo medios de aislamiento y de reprobación social.

Este pasado fin de semana oía, como tengo por costumbre irrenunciable aunque a menudo penosa, los boletines de noticias de la radio pública -sí esa que pagamos entre todos, incluyendo la gran mayoría de ciudadanos que se declaran católicos en este país- y, entre otros candentes asuntos, se me informaba con todo lujo de detalles de los preparativos del Gobierno saudí ante el inminente comienzo de las anuales peregrinaciones a La Meca, así como de las vicisitudes de cierta romería brahmánica o hinduista, terminada como el rosario de la aurora a causa de uno de uno de esos tumultos tan feroces como previsibles. Sin embargo, puestos a hablar de religión, nada parecía estar sucediendo aquí mismo, en Tarragona, donde desde primera hora de la mañana del domingo se beatificaba a 522 mártires españoles, muchos de los cuales todavía hoy tienen parientes cercanos entre nosotros. Silencio total en las ondas, excepto en las emisoras confesionales, hasta que entre los discursos pronunciados y las oraciones compartidas pudo extraerse por fin una frase, una, que podía servir, convenientemente manejada, para presentar la celebración como el guión preestablecido ordenaba: como una muestra más del odio cainita que para muchos constituye la esencia de la historia, de cualquier historia. Y entonces sí, entonces se abrió la veda sin perdonar ni al bueno de Francisco.

Da igual de lo que se trate. Si la noticia es positiva, procede el ocultamiento; si es negativa, el aireamiento con trompetería, y si es dudosa, la presentación desde el ángulo menos favorable. El final previsto no es ya la quietud de la sacristía sino la forzosa reclusión del lazareto.

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