Con la venia
Fernando Santiago
Quitapelusas
de todo un poco
LOS jaleos del Gobierno con las pensiones, con el retraso de la jubilación y, sobre todo, con los métodos de cómputo tienen mucho del trilero que mueve la bolita de vaso en vaso para desconcertar al público y desplumarlo. De eso estoy completamente en contra, como es lógico. También del discurso de lo políticamente correcto que veta con tópicos y prejuicios ideológicos el debate sobre algunas soluciones posibles, como los sistemas privados de capitalización o los mixtos.
Sentado esto, echo en falta un análisis sosegado, una enérgica acción política y, sobre todo, un himno entusiasta. Empecemos por el sosiego: cuando Bismarck instauró la jubilación hacía un negocio redondo para el Estado: empezó a recaudar con el compromiso de pasar una pensión a los 65 años, pero la media de edad de entonces apenas llegaba a ese límite. Con el paso del tiempo, la esperanza de vida, felizmente, ha aumentado dos decenios, y se ha cargado el negocio redondo, que se mantiene, con precariedad y por ahora, en forma de pirámide, a lo Madof. Hay que partir de ahí.
Esos avances en la esperanza de vida, unidos a otros factores, han volteado, además, la pirámide poblacional. Si los políticos estuvieran en lo que tienen que estar, entre sus prioridades destacarían el apoyo a la familia y las políticas a favor de la natalidad. La tragedia demográfica está a la vuelta de la esquina, nos avisan todos los datos, desgañitándose; pero nadie hace nada o, incluso, se adoptan políticas contraproducentes.
Mas no olvidemos el himno. Las generaciones a las que nos van a alargar la edad de jubilación tendríamos que asistir a esas maniobras muy vigilantes y reivindicativas; pero, a la vez y en el fondo, alborozadas. Nadie lo dice, pero esos años de más de vida activa -de los que sólo se habla del cansancio- van a suponer más peso en la sociedad, más capacidad de realizar proyectos, más influencia real. Una sociedad en que los mayores sigan en primera línea será una sociedad mucho más atenta a sus ideas y a sus necesidades. A lo que hay que unir que -por el descenso de natalidad- seremos la franja de edad mayoritaria. Eso, en una democracia, no es asunto baladí. Las consecuencias serán políticas, sociales, culturales, de modelos de negocio, de hábitos de consumo, de ritmos de vida, etc. Junto a sus amenazas, el futuro se ofrece prometedor para unas generaciones que vamos a estar presentes mucho tiempo.
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