La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
De todo un poco
DESDE muy chicos se atisba el carácter de los niños y hasta sus querencias ideológicas. Mi hija, con tres años, tiene unos alarmantes resabios socialdemócratas porque enseguida coge los juguetes de su hermano mientras lo sermonea con una engolada superioridad moral: "Es que hay que compartir, sabes, hay que compartir". Mi hijo, con dos, es un neoliberal y se aferra a lo suyo sin pudor, regodeándose: "Es mío, mío y no es tuyo, ea". Son posturas muy elementales. Confío en que, según vayan creciendo, la cultura y la buena educación les harán evolucionar. Pero como esas tendencias las tienen, quizá mi hija alcance a compartir también lo suyo y se haga una defensora de la Doctrina Social de la Iglesia; y mi hijo acepte la responsabilidad y los deberes inherentes a la propiedad, y se haga conservador.
Con estas esperanzas, es lógico que mire con buenos ojos la creación de nuevos partidos, pues el bipartidismo hace muy difícil que una democracia sea representativa y, sobre todo, ahoga el debate de las ideas, siempre complejas y diversas, nunca básicas ni bicéfalas. Aquí la democracia ha estado siempre más coja por la derecha, donde, desde hace muchos años, el PP tiene a la vez el monopolio y la vergüenza y no quiere más que posar de centrista. En la izquierda, -inexplicablemente con menos complejos- ha habido mucha oferta, que UPyD además ha refrescado. Ahora, para las elecciones europeas, surgen dos opciones de derechas: la coalición de la CTC, Alternativa Española y el Partido Familia y Vida, por una parte; y Vox, el partido de Ortega Lara y Santiago Abascal, por otra.
Legítimamente pretenden aprovechar un cúmulo de circunstancias: el desgaste del Gobierno; el desencanto de los votantes del PP que han visto traicionados o abandonados sus principios más básicos; la escasa trascendencia de las elecciones europeas, que las convierte en un excelente banco de pruebas; y la estimulante experiencia de UPyD, que espolea a la emulación. Vox tiene más densidad mediática y, al ser una escisión del PP, aprovechará mejor la inercia del desencanto de los simpatizantes. La coalición, a cambio, tiene mucha más densidad doctrinal: aunque nadie les eche cuenta, los pensadores tradicionalistas son bien sólidos. Es probable, sin embargo, que entre los dos partidos se hagan sombra y es mala pata, porque en España hay un electorado de derechas sin melindres que merece salir a la luz.
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