La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
de todo un poco
PIENSO en un jovencísimo poeta que ahora mismo escribe a solas, sin saber si podrá publicar sus versos, preguntándose si son buenos, indiferente al éxito, tal vez convencido de que no lo tendrá. Y son los poemas que harán honor a este tiempo, que se leerán con emoción dentro de 50, de 100, de 200 años. No será raro que estas imaginaciones mías salgan ciertas, porque siempre fue así.
Lo seguro es que ese joven o ella no andarán exigiendo a gritos ni subvenciones ni ayudas ni específicas rebajas fiscales. La creación es absorbente y la realidad lo demanda todo. Si, además, tiene que ganarse la vida de otro modo, como tendrá, ella o él o los dos o muchos no estarán para la práctica de la reivindicación a grito libre. ¡Hay tanto que trabajar, que leer, que pensar, que exaltarse, que corregir, que releer, que repensar...!
El verdadero artista no se considera de una raza especial. De hecho, abriga serias dudas sobre su condición de artista, dudas fecundas, porque le azuzarán la inquietud y la autocrítica, herramientas más imprescindibles que cualquier subvención. Por eso solemos sospechar de la condición del que se lo cree y aún muchísimo más del que piensa que eso le da más derechos que deberes o que el resto estamos en deuda con él. Resulta raro que sean los más críticos con la sociedad, los más revolucionarios y antisistema incluso, los que pretenden con mayor ahínco que la sociedad les mantenga. Como si la sociedad fuese masoquista como un político de centro-derecha y le gustase que la insulten y hasta pagase para ello. ¿O sí será masoquista? El año pasado el cine español recibió 130 millones de euros públicos, generó 72 y aún se quejan... de las ayudas.
Aunque quizá el enfado de los cineastas tenga una explicación más seria. Tanta dependencia de las subvenciones no es más que una pervivencia del mecenazgo del Ancien Régime con su irremediable eco de servilismo. Puede que tanta reacción airada y tanta reivindicación sobreactuada no sean más que camuflaje.
El berrinche por su impotencia de ser modernos. Para el artista actual, en cualquiera de las ramas, sólo caben dos posturas auténticamente contemporáneas: o la posmoderna de someterse al mercado libre y globalizado, y hacerse un nicho ahí; o la eterna, la clásica de ser un hombre común, silencioso, obediente a una vocación, ajeno a la fama. Cuando ni lo uno ni lo otro, se es un anacronismo. Y eso irrita.
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