El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
De poco un todo
Coinciden en el tiempo dos de los concursos más importantes del mundo: la final del Falla y los Oscar de Hollywood. Como es natural, correrán ríos de tinta y la sangre llegará a ellos. Esta pasmosa coincidencia planetaria nos invita a pararnos un momento en un asunto de mayor trascendencia aún. Lo de los concursos, ¿se nos está yendo de las manos?
Que los concursos están ganando el concurso de la popularidad es evidente. Fíjense en los programas de la televisión. Triunfa el concurseo de cantantes, de baile, de cocina, de supervivencia... Y son contagiosos, de modo que áreas que no estaban concursalizadas van siendo abducidas por la moda. Incluso los grandes premios literarios: el Nobel, el Cervantes, el Príncipe de Asturias… Parece que sitúan a sus candidatos octogenarios en una línea de salida, dan el pistoletazo y a ver quién gana ese año el sprint. Se cruzan pronósticos y apuestas. La política también tiene muchísimo de concurso, con sus hinchadas y sus encuestas contrapuestas. Y los debates, no digamos. Y hasta las noticias vienen con sus votaciones por internet o sms, y a ver qué gana.
Se diría que es un mimetismo del mundo del deporte, tan competitivo que a menudo es la propia rivalidad lo único que sostiene el espectáculo. Pero hay algo más, más grave. Cuando se pierden los principios, sólo quedan los finales, esto es, la final, la meta. Así, para juzgar cualquier cosa, una película o una copla de carnaval, un debate del estado de la Nación o una obra literaria, ha de recurrirse al campeonato. El triunfo del relativismo, que suena tan simpático, aboca a la rivalidad. El espectador, que ya no tiene un criterio claro y suyo que aplicar a cada obra en su intocable individualidad, y el creador, que no puede buscarse adentro para encontrar el valor estético, han de estarse mirando a los lados en busca de referencias rivales, aunque vayan tan aceleradas y desnortadas como uno mismo.
¿Quizá exagero? Puede, puede, pero por si acaso usted, moderado lector, evite que los premios del Falla interfieran en su gusto por unas agrupaciones u otras o líbrese de salir reboleado al cine a ver la película que se llevó un puñado de oscars. Y sobre todo, tenemos que aprender, yo el primero, que la vida no es certamen ni carrera. No hay por qué ir lanzados mirando por el rabillo del ojo y calculando nuestras probabilidades de victoria. Eso es perder, como poco, el tiempo.
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