El balcón
Ignacio Martínez
Un anfitrión desnortado
Envío
CÓRDOBA, Granada, San Fernando y Sevilla, entre otras cerca de cuarenta ciudades españolas, serán punto de cita en los próximos días para todos quienes quieran gritar al aire con alegría y radicalidad un fuerte sí a la vida. A la vida de todos, pero especialmente de los más débiles y amenazados, de aquellos a los que se expropia fríamente su humanidad para disponer a voluntad de lo único que poseen: la existencia.
Desde 2003 se celebra en España el Día Internacional de la Vida en el entorno del 25 de marzo, día hermoso donde los haya de la Anunciación y, sobre todo en estos tiempos, de la Encarnación. Este año tenemos más motivos que nunca para hacer ver las razones de esta lucha épica y desigual, la grande y honrosa batalla en la que como sociedad nos lo jugamos todo porque lo que en ella se debate es nada menos que la dignidad del ser humano, de todo ser humano, más allá de las circunstancias en que se desenvuelve su existencia presente. Naturalmente, este año los múltiples actos convocados están dirigidos a expresar el apoyo social a la Ley del Concebido, proyecto que puede ser juzgado insuficiente por muchos, pero que posee el indudable mérito de haber puesto el acento por vez primera en los derechos del no nacido, en su protección y defensa. Un proyecto que precisamente por eso está siendo atacado con una virulencia extrema por quienes saben que esta ley, en el caso de prosperar sin rebajas que la invaliden, puede suponer un giro de grandes consecuencias en la opinión que sobre el aborto existe en toda Europa. Y hay que tener en cuenta que las semanas que restan hasta que el proyecto entre en el Parlamento, previsiblemente en junio, son decisivas.
El combate por la vida es la única causa del siglo XXI no contaminada por consideraciones estratégicas, económicas o de baja política. La única en la que cualquier persona de bien puede comprometerse sin reserva mental o moral alguna. Es preciso hacer ver a una sociedad que se debate entre sentimientos encontrados que la apuesta por la vida nos protege a todos, no sólo a los no nacidos, de la experimentación social, del pragmatismo economicista y de las filosofías materialistas y relativistas que reducen al hombre a la condición de prescindible en función de los cálculos y expectativas de los más fuertes. No podemos perder esta batalla porque tal vez no volvamos a tener otra oportunidad.
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