Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
De poco un todo
DEL rey (descolocado, al menos, en lo laboral) abajo, todos descolocados tras la abdicación. El Gobierno no tenía, pese a tanto preaviso como presumen, previstas las leyes precisas. Y los republicanos y los monárquicos traspapelan sus papeles. Los primeros dando una importancia mítica, casi telúrica a la monarquía. Y los segundos defendiéndola con la cantinela del procedimiento legal para reformar la Constitución. Una defensa procesal, gris, sin fondo. ¿Dónde quedan el soberano desdén democrático del republicano y la tradicional comprensión metafísica y firme del monárquico?
Bien claro lo veremos en la proclamación de Felipe VI. Si va a ser, como anuncian, en las Cortes sin invitados extranjeros, sin misa de Acción de Gracias y sin la presencia, tan siquiera, de sus padres, no será por un ataque súbito de modestia y timidez. Se proponen escenificar que la legitimidad emana sólo del parlamento, es puramente democrática, sin contaminación alguna, digamos. Quieren evitar los símbolos y los signos de una continuidad dinástica, de una autoridad moral, de un poder que emana de la propiedad familiar, de la sacralidad del rito, etc.
Sin embargo, el valor de la monarquía estriba en eso. La realidad es compleja, y todos tenemos la experiencia cotidiana de que la legitimidad no tiene una exclusiva fuente legal. Está la familia, la edad, la autoridad del conocimiento, las normas de la naturaleza, el sentido común, el peso del pasado, el vuelo de la leyenda, la fe en el futuro, la propiedad trascendida en la herencia, el irresistible encanto de las viejas costumbres...
La monarquía tiene el valor de encarnarlo todo y hacerlo compatible con el geométrico sistema democrático. Los ingleses, apurando más, gozan de su Cámara de los Lores, que es un invento, y su reina no abdica. De ahí a esto había un trecho de términos medios. Si la jura de Felipe VI, acompañado por doña Letizia apenas, sucede sin crucifijo, sin corona, sin primado de Toledo, sin invitados ilustres, sin Familia Real... tendrá, ojo, una carga simbólica análoga a Napoleón coronándose a sí mismo, aunque en pequeño. Será una inversión: la soberanía popular autoalzándose al absolutismo (por cabeza interpuesta).
Así las cosas, no se entiende de qué exultan los monárquicos y, sobre todo, de qué protestan los republicanos. Corre el rumor de que el día de la proclamación van a rodear el congreso. ¿Será para celebrarlo?
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