Miguel A. / García-Agulló

Paseos por el Patrimonio mundial: Siracusa y Cádiz

Numerosos elementos hacen que ambas ciudades se asemejen

21 de julio 2014 - 01:00

El paseo comienza en la antigua cárcel, de amplias ventanas y corte neoclásico, mandada construir por Carlos III -Carcere Borbonico- y continúa por la avenida sobre la muralla junto al mar. ¿El Campo del Sur? Diríase, pero no: es el Lungomare di Levante de la isla amurallada de Ortigia, adosada a la tierra firme, casco histórico de la trimilenaria Siracusa, declarada Patrimonio Mundial. El paramento del muro está descubierto, unos arrecifes naturales prolongados en dique de escollera lo protegen del oleaje del mar Jónico. Desde estas murallas se defendían los siracusanos del acoso de las galeras romanas mediante máquinas que proyectaba Arquímedes: catapultas, espejos que incendiaban el velamen con los rayos solares… Roma acabó ganando, Arquímedes pereció en el sitio. El Lungomare termina en una gran fortaleza avanzada en el mar, Castello Maniace, del siglo XIII. Antes bordea la Giudecca - judería medieval- de estrechas calles y sencilla edificación.

En el castillo, el paseo vira a poniente, al otro Lungomare, desde el que se divisa la costa opuesta de la Bahía -más bien del estuario del Ánapo- con hermosos palacios en plazas y avenidas arboladas, hasta la Porta Marina y el puerto deportivo; el puerto industrial está en otro lugar, como corresponde. En una discreta plaza, destacan cuatro ejemplares de gigantescos ficus, no tan imponentes como los ficus magnolioides del Jardín Botánico de Palermo, de origen australiano como los ficus rubiginosa de la Alameda gaditana.

El paseo continúa a través de estrechas calles flanqueadas de palacios e iglesias barrocas, y plazas monumentales, entre ellas la de la Catedral, que nació como templo dórico dedicado a Atenea -cuyo escudo dorado guiaba a los navegantes- se convirtió en basílica normanda -se macizaron los huecos entre las columnas del peristilo- y se completó con una majestuosa fachada barroca.

El viajero encuentra más elementos que le recuerdan Cádiz: un gran teatro municipal -teatro comunale- del siglo XIX, con pinturas en el intradós de la cúpula; un mercado en el que el atún es protagonista: Homero ya mencionaba su pesca en Sicilia, y en el Museo de Cádiz hay monedas romanas con la efigie túnida; un museo-teatro de marionetas -Opera dei Pupi- declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial.

Combinada con la caliza local, se ha empleado en algún palacio de Ortigia la calcarenita, de estructura similar a la piedra ostionera; pero su utilización profusa corresponde a Agrigento, en particular en el denominado Valle de los Templos, también declarado por la UNESCO Patrimonio Mundial. Conjunto sin par de templos griegos de los siglos VI y V a. C., el más antiguo dedicado a Heracles -Hércules- el más importante el de la Concordia, uno de los mejor conservados del mundo antiguo, un bellísimo templo dórico construido en calcarenita. ¡Qué buen destino para esta piedra! Representa un buen augurio para Cádiz.

La degradación del casco antiguo de Siracusa no es desdeñable: en 1934 se abrió la Via Matteoti -especie de Calle Ancha- a través de un barrio medieval. Pero la adulteración se ha detenido: una legislación especial protege su patrimonio arquitectónico de ulteriores desmanes. Los hoteles y restaurantes ocupan bellos palacios rehabilitados, el nuevo museo arqueológico se ha construido fuera, en el ensanche del siglo XX… Ya no sería posible levantar aquí un mamotrético Hotel Atlántico, ni un museo del carnaval de nueva planta, despreciando la opción de rehabilitar casas-palacio que lo están pidiendo a gritos…

Siracusa no es sólo el recinto amurallado de Ortigia, también incluye la Neapolis, con su famosa Oreja de Dionisio -cueva-prisión de atenienses y cartagineses- su anfiteatro romano y su teatro griego en el que el viajero asiste a una representación de la Antígona de Sófocles desde las mismas gradas que soportaron las posaderas de Platón, de Arquímedes y de tantos otros.

A la salida del museo arqueológico, en la anodina ciudad moderna, el viajero pregunta por alguna trattoria cercana, es la hora de comer. Vaya a Ortigia, le dicen, Ortigia é il cuore de Siracusa.

El viajero vuelve a casa, y pasea por el corazón de su ciudad, el recinto amurallado de Cádiz.

Disfruta del soleado Campo del Sur, de la umbrosa Alameda, de sus rectilíneas calles, del bullicioso mercado. Pero verifica el deplorable estado de algún noble edificio, se entera de que también alguna iglesia tiene serios problemas de conservación, comprueba que hay lugares de la muralla con graves deterioros…

La conservación del patrimonio es esencial para que Cádiz participe en mayor grado de la industria del turismo, que crece vertiginosamente: los 25 millones de privilegiados turistas de 1950 se convirtieron en mil millones en 2012, y el pronóstico de la Agencia de Naciones Unidas es de mil ochocientos millones para 2030. El aumento de la clase media, el mayor tiempo libre y la revolución tecnológica son los motores.

De ese flujo, la parte correspondiente al turismo cultural crece sin cesar por diversas causas: la motivación cultural, el crecimiento del turismo de corta duración o de fin de semana, etc. En las ciudades declaradas por la UNESCO Patrimonio Mundial, se intensifica además el turismo de congresos, reuniones y eventos, que se constituye en un producto consolidado contracíclico, compensando el desequilibrio estacional del turismo convencional.

La consigna actual es compaginar patrimonio y desarrollo. Patrimonio como memoria colectiva y recurso económico, a desarrollar con nuevos modelos de gestión basados en la sostenibilidad, es decir en un turismo respetuoso con el patrimonio urbanístico y en la preservación de este para generaciones futuras.

Falta en Cádiz la imprescindible legislación protectora, sobra el afán de construir nuevo sobre antiguo, de enmendar lo que no necesita enmienda. La iniciativa de conseguir para el Recinto Amurallado y Ciudad Histórica de Cádiz la declaración de Patrimonio Mundial de la UNESCO va en esa dirección.

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