Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
La quinta columna
ALGUNOS amigos y lectores de esta columna se quejan de que la prensa, en general, es siempre portadora de malas noticias y traslada a la ciudadanía una sensación de pesimismo permanente. No se concede un resquicio a la esperanza.
Dicen, y no les falta razón, que la humanidad, en general, España, la Iglesia Católica, Europa y prácticamente todas las sociedades, si miramos la historia, han pasado por situaciones peores que la actual. Guerras civiles y mundiales, crisis económicas que provocaron suicidios en masa, epidemias…de todo ha habido en tantos siglos.
Visto globalmente es evidente que la humanidad y las sociedades particulares, unas más y otras menos, unas de forma más rápida o más lenta, han alcanzado mayores cotas de libertad, conocimiento, bien estar y hasta me atrevería a decir que también en valores, algunos valores. Lo que ocurre es que la perspectiva que tenemos de las cosas es mucho más corta, vivimos el presente, ni siquiera el futuro y mucho menos el pasado del que aprender y tomar referencias.
Sin embargo es cierto que para la prensa, habitualmente, es más noticia lo negativo que lo positivo y aunque, también en ocasiones, en artículos o programas de opinión proponga soluciones. no es ese su cometido. Las soluciones las tienen que proponer y ejecutar quienes gobiernan porque para eso ostentan la representación del pueblo soberano. ¿Qué no saben? ¿Qué no lo hacen? Pues elijamos a los que sepan y lo hagan. Porque soluciones hay para todo. Soluciones hay, insisto, para casi todo. Hasta la terrible tragedia del hambre en el mundo tiene solución. Solo con los excedentes de productos alimentarios se solucionaría, solo falta, que no es poco, la voluntad política, pero algún día la habrá.
Publicaba hace días un periódico de tirada nacional una encuesta realizada en 32 países, donde preguntaban a los niños si eran felices y alguna cuestión más sobre lo que pensaban para su futuro de adultos. Los niños españoles se consideraban muy felices y esperanzados, nada menos que los cuartos de esos 32 países encuestados. No perdamos los adultos la esperanza, no tenemos derecho a defraudarlos.
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