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David Fernández
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DEDIQUEMOS el primer artículo del año al tema más inquietante de los próximos 12 meses. No hablo, a pesar del título, del conflicto de la Junta con la Mezquita-Catedral de Córdoba. Eso es un disparate jurídico, histórico, de gestión y hasta de política internacional, pues manda la señal equivocada al mundo islámico en el peor momento posible. Pero ya lo hablaremos más tranquilos. Lo grave es lo de dentro: la expropiación que algunos desde el interior de la Iglesia están alentando sobre la moral de la Iglesia; en particular, sobre la indisolubilidad del matrimonio, el concepto de familia y la moral sexual. La gravedad, aunque invisible, es grande: supone revolver un marco antropológico y cultural de 2000 años como mínimo.
Un buen número de mis buenos lectores se preguntarán: "¿Tan grave es? Al fin y al cabo no son muchos los que viven de acuerdo con esa parte de la fe; y hay que adaptarse a los tiempos…" Justamente eso es lo que lo hace incomprensible. Porque si tantos no hacen caso a las enseñanzas de Cristo, qué les puede urgir a cambiarlas. Por su cuenta y riesgo, ya las han adaptado. Y, por otra parte, si uno cree en esas enseñanzas de Cristo, que están más que claras en los Evangelios y por el Magisterio, ¿para qué se empeña en que la Iglesia las reinterprete? En cualquiera de los casos, estaríamos ante un hecho insólito: el del que no cree en Jesucristo, pero sí en los curas, además de en los tiempos.
Es otro intento de expropiación en toda regla. La doctrina de Jesús sufre una OPA hostil por el pensamiento dominante. No se busca nada novedoso, sino que el catolicismo se mimetice con el ambiente, de forma, por cierto, demasiado eurocéntrica para la Iglesia, que es universal. Se perdería, sin duda, diversidad y riqueza religiosa y filosófica. Todos pensaríamos lo mismo.
Y se vuelve a mandar un mensaje muy peligroso al mundo islámico. El cristianismo ha mostrado una enorme flexibilidad a la hora de convivir con las instituciones laicas, respetando al máximo la autonomía de lo político y de las conciencias individuales, ampliando como nunca en la Historia la esfera de la libertad. Si ahora sucumbe a los dictados del laicismo y del relativismo, se transmite que sólo desde el fundamentalismo y la intolerancia se puede defender una fe. Sabemos que eso es falso, pero hay que demostrarlo. La Iglesia tiene este año una ocasión inmejorable de hacerlo, como lo hará.
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