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EL poeta sevillano Jacobo Cortines acaba de recibir el prestigioso Premio Internazionale Fondazione Roma. Para que calibremos su importancia, el anterior premiado fue Adam Zagajewski, poeta polaco, candidato desde hace años al Nobel. Estamos, pues, de enhorabuena.
Lo estamos todos los españoles o, mejor dicho, todos los hispanohablantes de ambos hemisferios, porque la poesía no conoce más fronteras que los idiomas. La celebración panhispánica sería la justa, pero es de esperar que los que más presuman sean los sevillanos, según es costumbre. No costumbre de ellos en particular (aunque también), sino de todos los pueblos y ciudades a las que les surge un poeta laureado.
Y, puesto que toda celebración, sea por lo universal o por lo local, es buena y poca, los habitantes de la Bahía de Cádiz, junto a los de Lebrija, podemos unirnos a la fiesta con pleno derecho. Jacobo Cortines ha sido veraneante en El Puerto desde siempre; y sus vínculos con Lebrija, donde nació, hunden muy hondo las raíces, tópico esta vez apropiado, pues se trata de una vinculación de generaciones de agricultores.
El prestigioso Premio Internazionale va a darme pie, quién lo diría, a vindicar a nuestros veraneantes. El turista viene, fotografía y se va con la cámara a otra parte. El veraneante es un indígena intermitente, un fijo discontinuo. En el último libro de Cortines, Nombre entre nombres (2014), hay un poema en el que se habla de la Bahía, de las luces de Cádiz y de Rota contempladas desde la playa de Santa Catalina, y de la paz y la felicidad que el poeta alcanza en nuestras orillas.
Y hay otro poema, "Impresión de regreso", dedicado al Puerto. Tiene la crítica ácida que nos permitimos los naturales y nuestra nostalgia y melancolía; pero también nuestro amor inalterable. Dice, entrando en la ciudad: "[…] Fábricas y almacenes. Bloques destartalados./ Como raro paréntesis un prado con sus yeguas,/ hermosas como aquellas cantadas por Homero./ Pinares arrancados por garras de avaricia./ Arboledas perdidas para siempre entre el polvo./ Pero mis pasos buscan y encuentran viejos barrios/ con casas encaladas y de cornisas ocres,/ bodegas con jardines y plazas con palmeras./ Mi ciudad de verano con sus aires salinos./ Alguien me está esperando junto al mar y las cañas". La cita es larga, pero no conozco una muestra más corta -ni más hermosa- de lo portuenses de veras que son nuestros veraneantes.
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