Confabulario
Manuel Gregorio González
Retrocediendo
Su propio afán
ARCO es la diana de todas las flechas. Nos echamos unas risas con los 20.000 euros que han pagado por un vaso de agua medio vacío que se llama Vaso de agua medio lleno. Medio lleno, porque para lleno, lleno, el bolsillo del artista, un artistazo. Y también seguirá muy lleno el bolsillo del comprador, que no sé quién es, pero que necesidad no pasa, seguramente.
La cosa, sin embargo, es seria. El arte, cuando renuncia a la trascendencia, se queda en un reflejo hueco del mundo. El vaso medio lleno ha tenido un inmenso eco mediático, eso es lo que se valora, y se debe al precio. El precio produce el valor y no al revés, que sería al derecho. Encima, estamos ante un movimiento en bucle: el artefacto salta a la fama porque se pagan los 20.000 y se pagan porque salta a la fama. Redondo como una burbuja. Una pompa en la que se refleja perfectamente (como en un dibujo de Escher) el mundo actual, hecho de fama efímera y precios injustificados, y viceversa.
Ahora bien, sin trascendencia no hay sentimientos nobles. El espectador tiene diversas emociones, sí, pero son reírse del comprador y envidiar al artista. Quien más, quien menos, habrá calculado, codicioso, cuántos vasos medio llenos o medio vacíos podría vender, y se le habrá hecho la boca agua. Sería un negocio potable hasta comercializando a dos euros 10.000 envases. Pura especulación contable y marketing, y ya está. A estas alturas ni la sorpresa rompedora ni la admiración del ingenio caben en el público, teniendo en cuenta que el urinario famoso de Duchamp está a punto de cumplir cien años.
El único quiebro creador puede estar del lado del comprador, si no es tonto de remate. Aunque tampoco sería un quiebro noble. Podría divertirse, como un déspota que echa un puñado de monedas al suelo, al ver como la plebe, la plebe mediática, se arroja a recoger los despojos. Él tira sus 20.000 euros, guiñando al artista, que está en la pomada y se los queda, mientras nosotros nos agitamos, rebajándonos entre risotadas inducidas, que revalorizan la obra.
¿Por qué no he mirado para otro lado con indiferencia, entonces? Porque me ha conquistado el involuntario happening crítico. Como en el caso del burro flautista, salió de chamba. El artista se llama Wilfredo Prieto, nombre que trae de inmediato a la memoria el de Vilfredo Pareto, creador de la Curva de Indiferencia. Entre economistas -más claro, agua- anda el juego.
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