Confabulario
Manuel Gregorio González
Retrocediendo
Su propio afán
POCAS cosas de la política española de los últimos diez años me han decepcionado tanto como la derogación del Plan Hidrográfico Nacional. Igual que en las inundaciones se marca el lugar al que llegó el nivel del agua, el nivel de la inepcia llegó con aquello a cotas difícilmente superables. Ocurrieron y ocurren cosas más graves, pero más tontas no.
En lo personal me sentí afectado. Tengo raíces familiares en Murcia y Alicante y he jugado de niño en el fascinante laberinto de las acequias de una huerta. De esos caminos del agua no se vuelve jamás: ¿quién olvida el avance del reguero, tan limpio y fresco, ni el olor de la tierra húmeda ni el del polvo aplacado? Se aprovecha hasta la última gota. Pero la pena por la derogación fue mucho más que un recuerdo infantil herido.
Se perdió una oportunidad única. Las ayudas europeas presupuestadas para el proyecto también se tiraron al mar. Y cuánta riqueza dejó de producirse en el Sudeste. En términos políticos aún fue peor. El Plan Hidrológico hubiese significado una inmensa red de solidaridad entre españoles. Transversales a las fronteras autonómicas corren los trenes de alta velocidad y las tachan de un plumazo. Los tubos del trasvase hubiesen saltado sobre peajes y límites con la alegría líquida del agua compartida. Fue descorazonador que muchos afectados del sur defendiesen la derogación o porque su partido se oponía al trasvase o porque lo defendía el contrario. Vio uno entonces -y no ha olvidado- qué extremos de sumisión (del juicio, del mandato de representación y hasta del propio interés) puede alcanzar el partidismo.
Pasado el disgusto, supe que no lo olvidaríamos. Cada vez que hubiese inundaciones en el Ebro o sequía en el sur, lamentaríamos de nuevo aquel proyecto frustrado. Como el clima de España es como es, será un año sí, por inundaciones, y un año también, por sequía; sin descartar que lo sea por ambas cosas a la vez, unas arriba y otra abajo. Ahora, Pedro Sánchez va a Zaragoza a fotografiarse, dejándose la autocrítica en casa. Su partido frustró la posibilidad de aprovechar toda esa agua desparramada y arrojada al mar.
En la trepidante vida pública no conduce a nada pararse a lamentar los fracasos pasados. La amnesia, junto a la demagogia, son las armas del político. Sin embargo, yo no soy un político, sino un español, y no hay nada más nuestro que lamentar las ocasiones perdidas a la orilla de un río.
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